Sentir la brisa del mar sobre la piel, el olor a café recién
hecho desde las terrazas de la calle, el sonido de la gente murmurando,
paseando sin conocer tu existencia. Descubrir que las hojas de los árboles ya
han teñido su color, que el verde ha pasado al amarillo y del amarillo al
marrón. Ver que ya se empiezan a caer; que el alba trae consigo el frío, aunque
aún se conserve el calor en la parte media del día. Oír el bullicio de un
recreo abarrotado de niños, aquel bebé que llora y aquella señora que le cuenta
a su marido qué le ha pasado a su vecino. Caminar las mismas calles de siempre,
y sin embargo, sentirte diferente. Nadie se da cuenta de ese cambio que se ha
producido en estas semanas. Este es tu último día aquí.
Te escondes entre la gente, y lloras por dentro, y por
primera vez, también por fuera. Lloras de emoción, de nervios, de felicidad, de
miedo. Lloras de melancolía y de ilusión. Lloras porque eres valiente, y te das
cuenta de que, a pesar de lo que siempre has pensado, llorar no es ser cobarde.
Llorar es aceptar que algo ha tocado tu corazón, llorar es abrirte al mundo de
la forma más natural y sencilla.
Desde hace días, todo ha cobrado un sentido nuevo. La última
cena con…, la última noche al lado de…, el último café en… y yo, que soy una
persona que siempre ha dado especial importancia a esas cosas, en cada
"último" llora y siente nostalgia. Nostalgia por todo el tiempo que
ya ha pasado, nostalgia por aquellos tiempos en los que la vida se basaba
simplemente en crear sueños y te decían que los siguieses. Nostalgia porque
entonces no pensabas que tus sueños significasen renunciar a otras cosas tan
importantes como los mismos sueños. Nostalgia porque a veces, echo de menos ser
pequeña y volver a sentirme protegida, sin tener que combatir el mundo cada
día.
Hoy es mi último día en casa. No sé cuándo voy a volver, no
sé quién seré cuando regrese. No sé si me irá bien, si encontraré un lugar en
el que me sienta a gusto, no sé si lograré mis sueños ni si sufriré mucho. Solo
sé, que ahora mismo solo brotan en mi mente todos esos años entre estas
paredes. Los domingos de juegos en familia, los viernes con Inma, las películas
del videoclub. Las nocheviejas todos juntos, y los karaokes de Nochebuena.
Todos los cuidados, mimos, abrazos, besos, risas, enfados e incluso lágrimas
que guarda cada rincón de la casa. Aquí fue donde cogí un boli por primera vez
para escribir y desinhibirme, aquí fui inmensamente feliz cada día, aquí me dejaron
ser simplemente yo, me enseñaron a seguir los sueños y me dieron alas para
volar a conseguirlos.
Miro las estanterías de mi habitación que guardan todos mis
éxitos y pienso si este viaje también lo será. Miro los trofeos que con tanto
esfuerzo fui consiguiendo y sé que se los debo a ellos, a mi familia y amigos
que me han animado y apoyado en cada paso.
Escucho a los vecinos
riñendo por última vez, la comida en la pota, los niños gritando en el salón.
Qué jóvenes para entender qué irónica es la vida. Tantos años diciendo que
quiero irme, y ahora, que ya me voy no dejo de preguntarme si esto es realmente
lo que quiero.
Esta es la última vez que me siento aquí por el momento y no
dejo de pensar en el tiempo. Mi gran enemigo. Mi mayor miedo. A veces mi
aliado. Mi maestro. Para los que me conocen, mi gran calvario. Un problema.
Tiempo. Lo que hoy nos separa. Lo que mañana nos unirá de nuevo.
Tiempo.
Siempre el mismo, y nunca igual.