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jueves, 31 de diciembre de 2015

Capítulo 2

El despertador volvió a sonar exactamente a las 7:00 de la mañana al día siguiente. Los mismos nervios del anterior, la misma sensación de vacío y miedo. Parecía como si todo lo vivido en aquellos primeros instantes del día, ya lo hubiese experimentado antes; y en parte, tenía razón. La única diferencia con respecto a ayer era que hoy ya no era lunes y que ahora ya conocía sin problema el camino desde la parada de autobús hasta la entrada del instituto. Luego dentro… aquello ya sería otro cantar. Solo podía pensar en que deberían haber colocado años antes alguna clase de carteles que te indicaran hacia dónde tenías que ir allí dentro. O que alguna de las salas vacías del centro tuviese la función de almacenar a los niños extraviados de primer curso desde donde un tutor los condujese a su destino. Aquel instituto era más bien una antigua ciudad medieval donde no faltaba una imponente torre que hacía las veces de iglesia- mirador. Los inmensos jardines que lo rodeaban, cuidados con esmero, impolutos. No faltaban tampoco túneles secretos por los que cada día un millar de jóvenes huían y en los que cientos de amores surgieron.
Aquel lugar era ahora el sitio donde más horas iba a pasar al día. Un sitio que no conocía y en el que era una auténtica desconocida para todo el mundo salvo para un pobre chica que me había hablado el día anterior.
- Lara, el desayuno está listo y no querrás perder el autobús – mi madre desde la cocina no sabía que llevaba despierta ya unas cuantas horas. Lo nervios no me habían dejado dormir bien, como  cuando era niña y en la víspera del día de Reyes intentaba dormir para que pasase el tiempo y nunca llegaba.
Rápidamente me duché, vestí y desayuné para coger el autobús. El mismo autobús del día anterior en el que atisbaba a reconocer algunas caras del día anterior. Es un don que tengo, almaceno datos absurdos en mi mente como nombres de calles que nadie sabe que existen o caras de personas que no conozco. Y ahí estaban esas caras aún dormidas apoyadas sobre el cristal, leyendo el periódico o hablando entre ellos y entre tanta gente, con mi apenas 1,60 me sentí la personas más diminuta del mundo. Encontré un hueco al fondo del autobús donde no ser nadie y poder apoyar la mochil sobre la barandilla. Cuanto más cerca estaba, menos  ganas tenía de enfrentarme a ese instituto y  esas decenas de caras nuevas.
                Cuando llegué al centro, tal y como esperaba, reconocí a un par de compañeros de curso del día anterior. Discretamente los seguí por los intrincados recovecos y escaleras hasta nuestra zona especial. Los alumnos de primero y segundo de secundaria, además de ser los novatos y de tener cara de vértigo o susto, teníamos una zona especial. Como si los mayores no se mofasen poco reconociéndonos en la cafetería, se lo dejábamos más fácil aun estando marcados en esa zona concreta del recinto.
Cuando por fin encontré mi aula  y dejé las cosas en el mismo sitio donde me había sentado el día anterior, la misma compañera que me había hablado se sentó junto a mí. Y me di cuenta de que no sabía su nombre. Y en los pocos minutos en los que tardó en llegar el profesor descubrí que su nombre era Nati, que vivía en un pueblo a una media hora del centro, que tenía que coger el coche desde su casa hasta una parada de autobús y  tomar luego el autobús hasta allí, un viaje que le suponía casi una hora ir y otra hora volver. Pero sobre todo, me gustó saber que estaba también nerviosa, que venía sola como yo y que tenía esa aura de persona tranquila en la que puedes confiar.
En total éramos unos 25 alumnos, 10 chicas y 15 chicos. Unos altos, otros como yo, más bajos, morenos, rubios, ojos de todos los colores y tipos… la mayoría venían de pueblos cercanos al instituto y unos pocos veníamos de la ciudad. Éramos veinticinco personas que llegaban a primero de la ESO por primera vez, adolescentes en plena pubertad. Los más revoltosos se giraban en sus sillas y hacían burla a alguna de las chicas que tenían cerca. Otros hablaban del partido de turno del fin de semana. Algunas chicas cuchicheaban mientras señalaban a alguno de los chicos…. Un hervidero de hormonas y juventud encerrados en cuatro paredes durante seis horas al día.
De entro todas esas personas me llamó la atención una persona, una sola en concreto además de mi recién estrenada amiga que se sentaba junto a mí, y nuestra compañera del sitio de en frente que rápidamente se presentó como Flori y nos contó que en su finca plantaban un montón de flores de todos los tipos y que por esa razón sus compañeros del colegio la bautizaron como Flori. A parte de mis dos primeras amigas me llamó la atención un chico. No entendía muy bien qué me había pasado durante el verano porque siempre había visto a los chicos como amigos de juegos, compañeros de travesuras. De hecho, siempre me llevaba  mejor con ellos que con las chicas por mi manera de ser tan poco femenina y a veces demasiado directa. Pero desde hacía unos meses a ciertos chicos los veía diferentes; algo había cambiado y no sabía muy bien el qué ni por qué. Me di cuenta de ese cambio por primera vez en el autobús yendo a la playa con mi madre. Me había sentado en uno de los asientos traseros del vehículo y me giré para mirar por la ventana cuando vi a un chico alto, fuerte y guapo escuchando música y sentí algo en la barriga. No supo explicarlo entonces, pero no pude olvidarlo tampoco. Esa misma sensación fue la que sentí al ver a uno de mis nuevos compañeros de clase. Él era alto, posiblemente el más alto de clase, con un pelo claro, rubio y unos ojos claros a medio camino entre el verde y el azul, una perfecta combinación de azul con aguamarina desde donde yo le observaba. Una mandíbula  fuerte, y un cuerpo atlético que desprendía dulzura. No sé. Solo quería seguir mirándolo durante toda la mañana, pero la profesora llegó rápidamente, privándome de ello.

En aquel momento no sabía que acababa de entrar en mi vida una de las piezas fundamentales  del juego durante los siguientes años.


sábado, 26 de diciembre de 2015

Triste canción de despedida

Tal vez quisimos demasiado rápido y el amor se agotó en seguida. Quizá fuimos demasiado lentos en tomar la decisión de separarnos y el amor, que tan rápido quema todo a su paso como hace sentir frío al témpano más gélido, nos encontró a los dos desnudos en una cama llena de puñales de hielo. Tal vez nos prometimos el cielo y nuestro avión ya tuvo problemas desde el despegue. Jamás encontramos la velocidad de crucero en la que disfrutar del paisaje. Demasiado lento al principio, demasiado rápido al terminar. Yo no te encontraba los primeros meses, y te dejé de buscar al final. Quizás esperamos demasiado, y eso fue nuestro problema, esperar durante tanto tiempo a que todo cambiara.
Unos días tanto amor, bromas y risas, otros días tanto silencio, vacío y miedo. Nunca encontramos uniformidad, a trancas y barrancas, a saltos y corriendo, no supimos cómo avanzar jamás, si de la mano, uno al lado del otro o si por separado sería mejor. Nos mirábamos sin vernos en realidad. Tú veías a alguien que yo no era, que nunca fui, ni seré, y yo veía todo lo que no eras pero deseaba que fueras. Nos decíamos las mismas cosas una y otra vez, las palabras acabaron estando en modo predeterminado y las conversaciones se repetían una y otra vez como en aquella película que dijimos que íbamos a ver y nunca vimos, aquella en la que cada día se repetía lo mismo día sí y día también. Así éramos tú y yo. Siempre iguales, siempre con promesas, con sueños que al final, nunca llegaban. Y eso que vivo de sueños, pero al final, me ahogué en ellos y en esa corriente de miedo, dudas y desesperación te llevé conmigo. Tú no pudiste salvarme, y yo no quise hacerlo.
A veces los sentimientos cambian, los sueños se desvanecen y los caminos se separan. Luché lo que pude, y tal vez debí intentarlo más, pero no quería. Me sentía como esa ave que capturan y en una jaula no puede abrir sus alas y reanudar el vuelo. Sentía que estaba perdiendo mi identidad en un nosotros que no me definía. Las decisiones de dos, los viajes de dos, las casas para dos, las cenas, las fiestas. Tú habías sido mi complemento ideal las pasadas temporadas, y sin embargo, ahora sentía que los dos estábamos pasados de moda. Como esa película que ves una y otra vez y con los años, te acabas aburriendo de ella porque ya sabes lo que va a pasar. No quería estar aburrida de ti, y sin embargo estaba harta de mí, de ese sentimiento que no te merecías.
Tal vez nos aferramos demasiado a ese sueño que acabó por convertirse en pesadilla. Las sonrisas se volvieron decepciones, las ilusiones en temores. Cada vez quería verte menos y a más distancia. Las noches bajo las sábanas se volvieron camas separadas, cuartos distintos, casas diferentes. No supimos verlo a tiempo o quizás, no quisimos pararlo en su momento. Pero toda aquella pasión se volvió un bonito recuerdo para los dos. Aquellos jóvenes alocados que lo intentaron todo, se perdieron en la vida que una vez soñaron. La llama se había apagado hacía ya tiempo y en aquella oscuridad nos dimos de bruces con la realidad más clara, echamos la culpa al otro y olvidamos todo lo que dejábamos a nuestras espaldas. Yo estaba cansada de tener que dejar los sueños para luego, tú estabas cansado de tener que soñar demasiado cada día. Y así fue como los dos, sin saber muy bien cómo, pasamos de amarnos tanto a no saber tratarnos.


El amor que quema se desvanece rápidamente si no lo sabes cuidar, la llama que arde con fuerza, también se puede apagar. 

lunes, 21 de diciembre de 2015

At first sight/ A primera vista

Después de casi un mes, este libro ha tocado a su fin. Escrito por Nicholas Sparks, autor de otros Best Sellers como el Diario de Noa, El úlltimo rodeo o Querido John. Debo confesar que la primera parte se me hizo pesada y lenta, como si apenas sucediese nada. La segunda parte del libro, con más acción, más sorpresa y drama ( como  a mí me gusta), mejoró con creces el resultado final de este libro.

After almost a month, this book has been already finished. Written by Nicholas Sparks, this author has another Best Sellers: The Notebook, The Last Rode or Dear John among others. To be honest, the first part was quite tough, as if nothing was happening page by page. Though,the story improved much more in the second part thanks to the development of the events.
This was not my favorite book, but it was OK anyway, so if someone wants to read it, go ahead!




martes, 15 de diciembre de 2015

Capítulo 1

Aquella mañana cuando sonó el despertador, sabía que todo iba a cambiar. Sabía que ese día era el punto de partida hacia algo nuevo y diferente. Todavía no sabía si para bien o para mal, pero para algo distinto, seguro.
La elección, meses atrás, no había sido mía, ni mucho menos. Ellos me dijeron que tenía que hacerlo, que era en parte debido a la historia familiar, y en parte, porque ya sabían qué efectos podía tener ese cambio. No pude ni siquiera decir algo a mi favor. No, en esa pelea ya había perdido incluso antes de presentar batalla, por lo que me resigné a ser derrotada una vez más, y deseé con todas mis fuerzas ser un poco mayor. En aquel momento, como en tantos otros, solo quise ser mayor de edad para tomar mis propias decisiones de una vez.
En cualquier caso, hacía unos meses me había despedido de todos mis compañeros y amigos hechos durante los 12 años anteriores. Esperaba que siguiéramos en contacto, pero en aquellos días, el wasap y el Facebook aún les quedan varios años para aparecer, y aunque todos viviéramos en el mismo barrio, los estudios y ritmos de vida de cada uno, nos llevarían a distanciarnos cada vez más. El verano pasó y nos vimos un par de veces para ir al cine, charlar y hacer las típicas cosas que hacen los niños a esas edades. Pero cuando el otoño se acercaba cada vez más, el teléfono fijo de casa sonaba cada vez menos y los intervalos entre las reuniones eran cada vez mayores.
Pero aquella mañana, cuando salí de la cama aún con la cara caliente de estar bajo las sábanas, supe que el pasado ya había quedado atrás y que cualquier cosa que pasase, solo estaba ante mí. Tenía esa sensación de vacío en el estómago. Estaba asustada, nerviosa y emocionada a partes iguales. No sabía muy bien qué iba a pasar a partir de ahora, no conocía a nadie en el aquel lugar al que me llevaba el autobús. Un autobús que iba a tener que tomar cada día dos veces. Un autobús que iba a guardar grandes confesiones, aventuras y hasta romances. Recuerdo aún cómo al bajar de él, aquel enorme edificio me asustó. Imaginé que dentro de sus muros, de sus miles de esquinas, cientos de aulas e infinitos pasillos, aquello era una cárcel a la que me llevaban por placer aquellos que se hacían llamar familiares. Volví a sentir la resignación por mi cuerpo, y me encontré de nuevo, por primera vez en más tiempo del que me hubiera gustado, echando de menos a mis antiguos compañeros: las maquinaciones en el calentamiento de educación física, compartir el almuerzo del recreo, las charlas en la clase de plástica, los María la Paralítica frente al espejo del baño de las chicas, los sábados en el cine comiendo gominolas… todo eso, ya no existía y sin embargo, delante de mí solo podía ver castigo, miedo y un futuro incierto. La seguridad con la que me había levantado decidida a comerme el mundo, se había bajado en par de paradas antes que yo y ahora estaba sola en aquel lugar.
Pese a ese repentino ataque de pánico, deduje que lo mejor era seguir a todos esos chicos y chicas que se acercaban a la puerta de entrada. Algunos mostraban un porte seguro, casi altivo, pero también me encontré con algunos jóvenes de altura parecida a la mía con la misma cara de pánico que yo seguramente debía mostrar:  - nuevos -  pensé. A esos fue a los que seguí porque aunque mis padres me habían dicho que debía ir a un lugar llamado Paranimbo o Paraninfo o algo parecido a eso, no tenía ni idea ni de lo que era, ni mucho menos, dónde estaba en aquel castillo de Drácula al que llamaban instituto.
Después de perderme unas siete veces, al final encontré unas escaleras hacia lo que aquel cartel denominaba como Paraninfo. Decenas de niños y niñas subían las escaleras, muchos de nosotros con la cabeza baja, como si nos  llevaran directamente al más terrible de los castigos del Tártaro infernal.
Por fin llegamos, aquel lugar era en realidad un salón de actos con forma semicircular y escaleras, pero salón de actos, al fin y al cabo. Y entonces por primera vez pensé: - qué diferente es esto al colegio…-. Decenas de niños y niñas allí sentados, escuchábamos con atención las instrucciones de quienes supuestamente iban a ser nuestro superiores durante aquellos años, que sin saber muy bien, presentía iban a ser fríos, largos y solitarios. Cuando por fin aquella charla infernal terminó, casi dos horas después, nos llevaron a nuestras aulas. ¿Cómo podía ser tan grande ese instituto? ¿Cómo demonios iba a llegar mañana a clase a tiempo? ¿Dónde diantres había quedado la puerta principal, por la que encima, mañana ya no iba a entrar?

Gracias a Dios, en aquel trayecto, una chica un poco más alta que yo, con el pelo oscuro y corto, me dijo en voz baja lo mismo que había estado pensando yo hasta ese momento: - ¿dónde puñetas estamos? No sé por qué, pero su tono de voz calmado, su voz profunda y sincera, consiguió que me relajara y esbozara una sonrisa auténtica. Ella había sido la primera persona en hablarme en aquel día de locos y jamás olvidaría eso, porque en ese momento, aún no lo sabía, pero habían comenzado los seis años más dulces y felices de toda mi vida.


domingo, 13 de diciembre de 2015

Cuando lo veo

Cuando le veo, tengo esa extraña sensación de que todo alrededor se desvanece y en la sala volvemos a estar de nuevo él y yo solos. Como si el tiempo se hubiese detenido hace tiempo, pero sin embargo nosotros hubiéramos emprendido rumbos diferentes que acaban por converger en el mismo punto, en el mismo momento en el que nos vimos por última vez. Es una sensación que me invita acercarme y charlar de forma vana para perderme en esa mirada una vez más y sin pronunciar una palabra, decirlo todo. Sé que después de tanto tiempo, él seguirá entiendo ese lenguaje que creamos entre nosotros.

Cuando lo veo, todo viene a mi mente. Su manera de caminar, la cadencia a veces pausada, a veces atropellada de su habla. Las bromas malas, las miradas cómplices llenas de historias y secretos. Su mano sobre la mía. Las innumerables horas que nos pasamos riendo por cualquier cosa. Los abrazos. Las sorpresas. Los besos. Cada recuerdo me recorre el cuerpo produciendo escalofríos que me cuentan cuánto fue que nos quisimos. Cuánto empeño le pusimos, una, dos y hasta tres veces sin que nunca pudiéramos lograrlo.

Qué curioso y caprichoso es el amor. Cómo en un instante estás flotando en una nube, lleno de ilusiones y sueños, lleno de esperanza y proyectos. Y de repente, como cambia el viento, el amor se rompe, la llama se apaga y solo arden las cenizas de una hoguera que destroza todo lo bueno que una vez hubo. Y sin embargo, si el amor fue próspero, te deja con esa sensación de haber perdido un miembro de tu cuerpo, una herida eterna que te dolerá siempre. Te quedas vacío pensando qué fue lo que pasó o cómo pudo ocurrir. Dónde estuvo el error y si alguna vez habrá una solución, un remedio que calme esa punzada del corazón al encontrar su mirada entre tanta multitud. Disfrutamos un instante, nos separamos rápido y sin embargo el recuerdo permanece eterno.

Qué frágil es el amor. Con qué facilidad se rompe un corazón y cuántos años lleva reconstruir las piezas para tan solo formar una copia imperfecta de lo que una vez fue. Qué difícil es encontrar a una persona y qué sencillo echarlo todo a perder. Como una planta a la que le echas mucha agua se puede ahogar, el amor puede abrumar. Pero si no la riegas, también se puede morir. Del mismo modo, el amor se acaba cuando no lo cuidas, cuando no lo respetas, lo valoras o lo mimas. Cómo medir la cantidad proporcional, cómo hallar la receta exacta…. Solo la vida te lo dirá, ese plato es como la cocina de la abuela, a ojo, y probando, se obtiene el mejor resultado.

Cuando lo veo, se crea una atmósfera que me atrae hacia su entorno, incluso sin movernos del sitio, incluso sin estar cerca. Y aunque a veces echaría a correr y volvería a sus brazos, sé que ese capítulo quedó atrás hace tiempo, con todas sus secuelas, sus tormentos, sus grandes momentos y los bonitos recuerdos. Sé que son solo sensaciones mías, destellos de ese pasado al que de vez en cuando volvería para evitar el inexorable paso del tiempo. Pero ahora, pese a ser los mismos, ya no somos aquellos que solíamos ser. Y entender eso, que siempre serás recuerdo constante, me hace pensar dos cosas.
La primera, que siempre, de alguna forma, formarás parte de la historia de mi vida, ayer, hoy y mañana. Que ese amor, transformado, permanecerá intacto en el lugar que he creado para ti.
La segunda, que he de dejarte ir completamente. Apoyar desde el silencio y la felicidad el que aparezca la siguiente persona que te haga volar, sonreír y ser feliz como yo no pude. Alguien que valore de verdad quién y cómo eres y no te haga sufrir.
Aunque la próxima vez que te vea, vuelva a sentir esa atmósfera envolvente, sé que habrá alguien a tu lado, diciéndote con la mirada que te quiere y que tú entenderás ese idioma sin palabras, y en la misma mirada, le dirás que tú también.


Y tú y yo tan solo seremos un vago recuerdo de una hoja caduca en el frío suelo de una mañana de otoño.  


lunes, 16 de noviembre de 2015

Circo Máximo



Circo Máximo de Santiago Posteguillo es la segunda parte de la trilogía sobre el emperador Trajano.  Muy fiel al estilo del autor este libro  es a la vez fuente de saber sobre el período de historia que abarca y al mismo tiempo, combina elementos ficticios propios de una novela. 
Sin duda es una obra altamente recomendable tanto para amantes del imperio Romano y de la historia como para aficionados a la lectura en general. 
Un libro que te engancha desde el principio y que resulta  muy difícil dejar de leer
Ahora solo nos queda esperar a la última entrega el próximo año.

viernes, 13 de noviembre de 2015

El primer día

A quien puede interesar;

Tal vez esta misiva nunca cumpla su propósito y quede olvidada en el cajón de una vulgar mesita de noche en una simple casa de una ciudad corriente. Pero, si por alguna razón, ha llegado a tus manos y tú, lector, estás leyendo estas palabras, seguramente te preguntarás por qué. Por qué ha llegado a tus manos este frágil trozo de papel, por qué estás leyendo esta aglomeración de palabras sin sentido, estos pensamientos desvariados, esta carta sin destinatario. A ti, lector, te estaba esperando desde hacía tiempo, para decirte algo que todo el mundo sabe, pero de lo que nadie se da cuenta ya.
No sé si me lees desde un presente inmediato o desde un futuro lejano. No sé ni siquiera cómo has llegado a encontrar este regalo que, sin conocerte, te ofrezco para que, si es de tu agrado, lo compartas con el resto de la humanidad, tal y como a mí me habría gustado. Quiero compartir contigo, pese a que todavía no nos conozcamos, una parte esencial de mí, un pequeño rincón de debilidad, sabiduría, esperanza, ternura y tristeza al mismo tiempo. Hoy comparto contigo algo que debí compartir en vida. No sé si me dio tiempo, porque aunque tú me leas en este preciso instante, yo te he escrito antes en cualquier caso y no sé cuánto tiempo habrá pasado entre estos dos hitos de nuestra historia que nos unirán durante los próximos minutos.

Solo quería compartir contigo la alegría que siento al respirar. Y tal vez puede sonar cursi, un tanto aniñado. Pero es verdad. Este es el gran conocimiento que todos tenemos y que apenas valoramos por su importancia. Cuando una mujer da a luz, lo más importante es que el recién nacido sea capaz de tomar aire y expulsarlo. Cuando no lo consigue, se ejecutan sobre él todas las medidas necesarias para que, cueste lo que cueste, ese niño consiga inspirar y expirar por primera vez. Una función vital que realizamos sin darnos cuenta. Unos sencillos movimientos que realizamos miles de veces al día de manera automática y que nos proporcionan lo más importante, vida. Quiero, querido amigo, compartir contigo la alegría que me produce vivir, quiero contagiarte de esa esperanza que rodea mi vida, que me impide rendirme. Quiero compartir contigo la vida, la alegría, y esta respiración que compartimos mientras yo te escribo, mientras tú me lees.
Hoy es el primer día de mi nueva vida. Llevaba meses pensando en ello, quizá años; la verdad es que he perdido en parte la noción del tiempo para algunas cosas. Me asustaba en seguida cuando algo me dolía, temía por aquellos que debían visitar al médico por cualquier razón. Vivía con un constante miedo a sucumbir, y lo hacía porque sabía que no estaba haciendo todo lo posible por salvarme. Con algunos de mis actos, lo único que hacía era salir en medio de la carretera y decir a la muerte: “¡eh! Estoy aquí, ven a por mí”. No. No era eso lo que quería. Desde hacía tiempo, sabía que debía cambiar ciertos malos hábitos que tenía.

Cuanto todo esto empezó y la gente me preguntaba por qué hacía lo que hacía, mi estúpida respuesta era: “porque de algo hay que morir”. ¿En serio? Ahora me escucho en los recuerdos y solo puedo pensar en lo absurdo de esa respuesta. De algo no hay que morir, de algo vamos a morir, pero lo lógico sería, es, evitar en la medida de la posible allanar ese camino a nuestro tenebroso enemigo de la guadaña. A veces, cuando somos adolescentes y aún no entendemos bien las consecuencias de nuestros actos, erramos el camino, cometemos errores y algunos de ellos, pueden pagarse caro. El mío, seguramente no sea excepción. Pero después de mucho pensar, he entendido que ese momento perfecto que esperaba para cambiar de vida, no va a llegar nunca. Nunca va a ser el momento perfecto. Por esa razón, este es el momento que he decidido.
Hoy es el primer día del resto de mi vida, el día que he decido dejar de matarme, el día que he escogido la vida. Sé que no va a ser un camino fácil, que la tentación vive en el piso de arriba, y a veces se muda al de al lado. Sé que habrá momentos en los que llore de rabia, o chille de impotencia, pero mi apuesta es sincera, es real. Sé que es un largo camino, que nunca volveré a estar limpia del todo, que llevaré ese estigma dentro de mí. Hoy, querido lector, quiero hacerte partícipe de que, estés donde estés, seas quien seas, de alguna manera, podemos cambiar nuestro rumbo. Podemos elegir nuestro camino. Aunque todos converjamos el camino en único punto final, lo que pase entre medias, sí depende en gran medida de nosotros mismos. Y podemos cambiar. Yo, por ejemplo, estuve equivocada durante 10 años de mi vida al pensar que no tenían importancia todas decisiones que tomaba. Pero desde aquel día han cambiado muchas cosas. Hoy he visto cómo las personas que más quería se iban por la enfermedad a la que tanto temo. He visto cómo personas que no se lo merecían, luchaban contra ella, con destinos inciertos, con coraje aguerrido. ¿Qué será de mí, que aun pudiendo evitarlo, no hice nada? No quiero seguir preguntándome eso cada noche. No quiero seguir teniendo miedo cada día porque sé que no evito lo que debería y solo atento contra lo que más deseo.


Hoy, querido amigo, es el primer día del resto de mi vida, porque hoy, por encima de todo, escojo, por primera vez en mucho tiempo, vivir y respirar aire puro en mis pulmones. 


sábado, 7 de noviembre de 2015

Una noche romana

Era una fría noche en la que se helaban hasta los témpanos. Las calles adoquinadas de la ciudad imperial estaban cubiertas de una fina capa de hielo que apenas permitía dar un paso sin tentar a las leyes de la gravedad. La tenue luz de las farolas aposadas junto a la vía iluminaba a duras penas mi camino. Hacía ya tiempo que el fulgor de los turistas había desaparecido, hacía ya tiempo que la única existencia en los alrededores eran los antiguos ecos del pasado y un imponente triunfo de las ánimas de aquellos que administraban muerte o victoria sobre todo un imperio. Se me había hecho tarde una vez más, como tantas otras… eso era lo único que apenas quedaba de mi cultura hispana. La mala costumbre de retrasarme para llegar, y aún más extraño, para regresar. Pero tal vez fue el destino, la casualidad o esa mala manía tan española, la que iba a cambiar mi vida, dando un giro inesperado a todos los cimientos de mi vida.
Era una noche gélida romana, preludio de un aún más gélido día invernal en esta ciudad donde constantemente se mezclan pasado, presente y futuro. En una de esas vías que te transportan directamente al corazón del imperio, me di cuenta de que alguien se acercaba con ese sexto sentido que a veces se dice que tenemos las mujeres. Decidí detenerme, en un desesperado intento de fingir que no encontraba algo en el bolso  (¿qué mujer no ha hecho esa técnica alguna vez para evitar ver o ser vista?). Lo cierto es que mi intención era más bien, dejar pasar a esa persona misteriosa que se atrevía a perturbar el sueño despierto de la ciudad eternamente dormida. Eso y que desde hace tiempo no me gustaba caminar sabiendo que había alguien detrás de mí… así pues, me hice a un lado de la acera, procurando no deslizarme por el hielo y arruinar mi estrategia. ¿Alguna vez he dicho que soy muy patosa? Si no es así, quiero que quede claro, soy muy patosa. En mi vano intento por ser sigilosa, natural y hábil, mi tacón (soy la única persona que decide ponerse tacones para caminar sobre pavimento helado en una ciudad tremendamente adoquinada), mi tacón no cumplió bien su función de agarrarse lo máximo al suelo, resbaló y sin poder hacer nada, finalmente la inercia de mis movimientos manieristas, y la gravedad cumplieron su función, todo mi ser acabó en la fría acera de una céntrica calle de Roma. No fue una caída dolorosa, ni grave, ni demasiado humillante, pero fue lo suficiente llamativa para que aquella persona que me acompañaba en la acera y de la que trataba de escapar, se diera cuenta y se interesara.
Fue en ese momento cuando descubrí qué caprichoso es el destino, las vueltas que da la vida y toda clase de frases hechas con igual valor. Aquella persona de la que huía, se acercó a mí. Era un hombre. Un hombre bastante alto ( para mi pequeña estatura, todos son altos), fuerte pero sin exceso, con una vestimenta cuidada e impecable pero sin resultar extremadamente serio, sobrio o mayor, un cabello ligeramente clareado por el sol y sus ojos. Esos fueron mi perdición, eran unos grandes ojos aguamarinos con destellos polares. Eran la combinación perfecta entre el invierno gélido romano y la necesidad de huir en el mes de julio a la costa italiana. Sus ojos eran Italia. Y mis manos llenas de hielo, ardían en aquel momento.
Él se acercó, con la naturalidad que da la despreocupación, y con una leve sonrisa que escondía unas profundas ganas de reír por mi pesa imitación, me ofreció su mano para ayudarme. Una mano grande, fuerte, amiga. No pude darme cuenta entonces, pero, al ofrecerme aquella mano, me ofreció su tierra, su mirada y su vida. Porque la mayoría de las veces la vida está compuesta de momentos embarazosos, absurdos pero que nos hacen reír una y mil veces cada vez que los recordamos. Y este es uno de esos momentos.
El hombre misterioso del que huía se convirtió en el hombre protagonista de mi vida, compartiendo cada instante, recordando siempre ese instante en el que por pequeños giros del destino, todo cambia.
Quizá si un mes antes no hubiera decido cambiar mi monótona vida en mi ciudad de origen, si no hubiera decidido aceptar aquella invitación para asistir a una fiesta al otro lado de la ciudad, si no se me hubiera hecho tarde al volver o si no me hubiera entrado aquella locura años antes de que nadie caminase detrás de mí, hoy mi vida podría ser muy diferente. O tal vez, todo estaba dispuesto para que fuesen cuales fuesen los eventos, sucediese igual.


Quién sabe qué intrincados pueden ser los senderos de la vida.


martes, 27 de octubre de 2015

E.D.E

Ya han pasado 1462 días. 4 años y dos días resumidos en dos simples palabras. Dolor. Espera. Fueron 21 días los que nos dejaron para comprenderlo todo, cargarnos de fuerza y despedirnos. 21 días de duda constante, rabia contenida y llanto fácil. 21 días de lucha sin cesar. 21 días de lucha en vano.
 Jamás podré olvidarte tendida en aquella cama, aún sonriente y prometiéndonos volver a vernos. Después de eso, cumplí mi palabra. Regresé para verte, pero tú ya no me veíais. Poco tiempo después, no solo tus ojos se cerraron, también tu cuerpo dijo basta, llenando nuestras vidas de un dolor eterno y celestial que nunca se alivia, que nunca cicatriza. Muchas veces más desde entonces he ido a visitarte,  esperando que tus ojos me viesen desde lo alto, sabiendo que ahora soy yo la que no te veo.
Me diste los mejores años de mi vida, y en gran parte de los recuerdos que atesoro en mi memoria, apareces tú. Con tu sonrisa, con tu espíritu jovial y tu amor por todos nosotros. Eras el gran pilar de nuestras vidas y desde que ya no estás, vagamos todos sin rumbo fijo. Quienes hemos tratado de ocupar tu lugar en momentos puntuales, nos hemos dado cuenta, de que esa tarea era solo tuya, que nadie podrá nunca ni reemplazarte ni ocuparlo…  por eso cuando llegan determinadas fechas, tú, mi ancla, me faltas todavía más, sabiendo que aquellos momentos en familia y aquellos días de fiesta y felicidad solo están en un recuerdo lejano, que cada año se diluye más. Me parte el corazón ver a los más pequeños de la familia disfrutar  de esas fechas, porque… ojalá hubieran sabido cómo era todo entonces; ojalá  hubieran podido ver un poco de aquellos años cuando realmente estábamos juntos. Ojalá hubiéramos coincidido todos al menos una vez…
Pero no tuvimos tiempo, te marchaste demasiado pronto, demasiado rápido y se quedaron en el tintero tantas historias y aventuras por contar y por vivir. Dejaste mi corazón malherido, y durante mucho tiempo me torturé creyendo que yo tuve la culpa. Como si tú pagaras por mis malas acciones, por mis mentiras, por mis engaños y por todo ese dolor que había causado a mi alrededor. No podía entender el por qué la vida decidía separarnos, por qué te ibas, y en aquel dolor inmenso, decidí que yo cargaría con la responsabilidad. Cada noche durante meses me senté en mi habitación y pedí perdón. Lloré hasta que en mi cuerpo no quedaron más lágrimas. Llegué a lo más profundo de mi alma y traté de arrancar toda la negrura que había allí, toda la maldad que había cultivado durante años. Hice una purga, para recuperarte, por si así podías volver. Y en aquel tiempo, te sentía conmigo. Como si aún desde el otro lado, supieras de esa vulnerabilidad mía y velaras porque de alguna manera pudiera salir adelante.  Esa eres tú, siempre defendiéndome, siempre  protegiéndome, siempre cuidándome. Por eso sabía que estabas allí.
Han pasado ya 1462 días desde aquel momento en el que mi mundo se volvió un poco más frío, más oscuro, más gris. Y sin embargo, aún recuerdo, como si hubiera sido ayer, esa sensación de caída libre y vacío dentro de mi ser. De vértigo, de dolor infinito. Tal vez poco a poco olvide el tono exacto de tu voz, las facciones concretas de tu cara, o la manera en la que solías caminar. Pero jamás me acostumbraré a vivir en un mundo donde tú no estás.


Todavía hoy, me siento perdida sin ti.


martes, 20 de octubre de 2015

Los asesinos del emperador




 Los Asesinos del Emperador del autor Santiago Posteguillo. ( The assassins of the Emperor by Santiago Posteguillo)
Se trata de una novela histórica ambientada en el último tercio del siglo I d. C. Me ha parecido un libro magnífico por varias razones. La primera es obvia, adoro la cultura clásica y en especial todo lo relacionado con Roma. La segunda, es una historia interesante, muy poco conocida: los años convulsos de Roma tras la caída de la dinastía Julio-Claudia. El año de los cuatro emperadores, el ascenso de los Flavios al poder romano, la locura de Domiciano, y por último, el triunfo de Trajano.
La tercera razón, es la increíble narración de este autor, que una vez más sabe conquistar a sus lectores del mismo modo que su protagonista a un imperio entero.

Es la primera parte de una trilogía sobre el emperador Trajano que recomiendo a todos los amantes de la novela histórico y aquellos apasionados de la Antigua Roma.

jueves, 15 de octubre de 2015

Perdida en el mar la oscuridad

A veces no puedo evitar preguntarme por qué seguir avanzando. Qué hay en este lugar, en este momento que nos obligar a permanecer aquí, estáticos o no, en esta realidad punzante.
Tal vez sea la idea de un mañana diferente la que les impulsa a algunos pocos a continuar con esta farsa de escala mundial. Quizá sean las personas que tengan alrededor quienes les insuflan esa fuerza necesaria para afrontar un día más. O puede que sea la simple imagen de la belleza  que recuerdan la que les ilumine un camino casi oscuro ya. Pero, ¿qué ocurre cuando no hay mañana posible? ¿Cuándo las personas se han ido de tu lado? ¿o la belleza se haya escondido entre tantas sombras? ¿qué motivos restan para continuar o cómo dar un paso más?

Hace tiempo, yo también era como tú. Solía disfrutar del calor del sol, del aire en mi pelo, de la vida que latía con cada pálpito del corazón. Mi máxima era sonreír por los menos una vez al día; pero yo no solo sonreía cada día, sino que lo hacía cada hora, cada minuto, cada instante. No importaba si por dentro estuviera tan rota como un jarrón de cristal al golpear el suelo. No importaba si había algo que me perturbara o si me habían hecho daño. Yo, simplemente, seguía sonriendo, sabiendo que esa era, precisamente, mi mejor arma. Y tal vez, ahí empezó todo sin darme cuenta. Al ocultar a la gente cómo era en realidad, cómo me sentía. Esa pose frente al mundo, ese escudo invisible que me había forjado, acabaría pasándome factura tarde o temprano y no supe verlo a tiempo a pesar de las señales de alerta que se encendían a cada paso. Que sonriera de puertas para afuera no significaba, sin embargo, que no sufriera. No. En absoluto. Tan solo significaba dos cosas:
-                                                -  La primera: me estaba convirtiendo poco a poco en la mejor actriz de mi propia película.
-                                               -    La segunda: nadie se daba cuenta de lo débil, oscuro y vacío que se estaba volviendo mi                          interior.
Hubo momentos en los que no supe o no pude contener tanto dolor como albergaba por dentro y traté de gritar y grité. Pero los oídos en los que dejé caer mi aviso no supieron o no quisieron entender mi mensaje. Ese es otro de mis grandes problemas. Nunca he sabido escoger las personas que iban a formar parte de mi vida. Por eso, cada vez que pedía auxilio solo me acompañaba mi propio llanto para consolarme. Así fue como aprendí a curarme sola las heridas. Un vendaje mal puesto para inmovilizar y unas gotas de alcohol para el dolor. Mi alma está llena de cicatrices sin curar, llagas abiertas que sangran sin parar. Bajo lo piel, están las heridas que más duelen, aquellas que no se ven.  Y nadie pudo verlo. Nadie pudo evitarlo. Solo yo tenía la llave para escapar de este laberinto de pena, miedo y soledad. Una llave que había escondido largo tiempo atrás y no lograba encontrarla. Y me iba consumiendo en ese espacio vacío, tan lleno de nada, tan falto de todo.

¿Quién trató de quitarme el vaso de cristal para no ingerir aquellas pastillas para poder dormir? ¿Quién supo que solo esperaba no despertar algún día? ¿Quién se dio cuenta de que no encajaba en ningún sitio? ¿quién me vio caminando a la deriva de la vida? ¿quién vio cómo una y otra vez me humillaron por mi cuerpo? ¿quién se dio cuenta de que de repente adelgazaba y nunca estaba en casa para comer? ¿quién me escuchó gritar cuando aquel hombre, en mitad de la noche, osó aprovecharse de mi descuido, y luego de mi miedo, para darse placer con mi cuerpo? ¿quién me ha visto temblar al enfrentarme a la oscuridad a solas? ¿quién se dio cuenta de que mis ojos ya no brillaban y mis sueños se apagaban? ¿quién me protegió con su escudo cuando yo ya había perdido el mío? ¿quién me animó desde las gradas de esta maldita arena a seguir luchando? ¿quién trató de evitar de que me sintiera así? Nadie pudo evitar que esta llama se apagara. Mi silencio y mi sonrisa fueron las barreras que poco a poco me separaron del resto.

La única salida que veo, la última que pienso tomar es esta. Explicar que, a pese a esa sonrisa, pese a todo lo que pueda pensar la gente. La vida nunca ha sido fácil. La vida nunca lo es. El problema empieza cuando la ira se mezcla con el odio destruyendo todo. La amistad y el amor se confunden sin saber dónde acaba una y empieza el otro. Y la envidia juega con todas las piezas del tablero a su antojo, imponiendo normal y ley según convenga. Así fue como empecé a confundir cada sentimiento y ocultándolos todos para que nadie viese la bestia en la que me estaba convirtiendo. Alegría y dolor aparecían repentinamente cargados de fuerza pero de una forma intermitente. Todo cobraba menos sentido cada vez. Y en el punto en el que entró a escena la tristeza de la mano del arrepentimiento, lo supe. Supe que estaba convirtiéndome en algo que no quería ni podía controlar.

Quise gritar y el autocontrol decidió que podía hacerlo, por eso escogió aquellos oídos donde no pudiese ser oída nunca. Cada vez me alejaba más de aquella luz que me solía guiar. Poco a poco dejé incluso de sonreír. Dejó de importarme todo. Solo podía sentir ese dolor que me estaba consumiendo. Solo quería sacar de mí ese demonio que llevaba dentro. Solo quería llorar de rabia, de dolor, de miedo. Solo quería ser feliz, sabiendo que eso era lo único que ya no podría tener más. Quería dejar de escuchar mi voz en la cabeza, dejar de sentir la presión sobre mis sienes. Solo quería gritar que ya no podía más, que renunciaba, que abandonaba. Pero hasta no sabía cómo hacerlo ya… hacía tanto tiempo que no hablaba con sinceridad que solo pude hacer lo que tantas otras veces había hecho: huir lejos, buscar mi escondite y escribir estas palabras que nadie verá pero que serán suficientes para ayudarme a continuar, por lo menos, un poquito más.

Esta es, al final, mi única verdad. Solo soy una chica insegura en un mundo hostil. Solo soy una chica frágil que no sabe cómo seguir. Solo soy una chica perdida que no encuentra su camino entre tanta oscuridad. Y esta es la única manera en la que sé expresarme. A través de unas letras cuyo mensaje nunca está claro, pero siempre dice algo.

                              ¿quién quiso leer primero para salvarme después?


lunes, 12 de octubre de 2015

Querido amigo

Querido amigo;

Quizás esta misiva llega tarde, pero creo que a estas alturas ya no te vas a sorprender si esta carta se demora aún más. Sabes perfectamente  cómo soy. A veces vivo demasiado rápido, queriendo comerme el mundo en un minuto, y al segundo siguiente, solo quiero disfrutar de este segundo demorándolo un poquito más. A veces voy a 120 kilómetros por hora y de repente, freno en seco, y decido ir a 30. Hace un momento quería todo contigo, y ahora solo pienso que tal vez esta carta sea otro error que añadir a nuestra historia, ya terminada desde hace tiempo, y sin embargo en la recámara de mi vida para días grises y melancólicos como hoy.

Muchas noches me he desvelado en la cama pensando en nosotros, en los errores que cometimos, en los grandes aciertos que tuvimos, en los momentos que jamás podremos olvidar y en aquellos hechos que mejor no volver a revivir. En esas noches me doy cuenta de que, por mucho tiempo que pase, por muchos kilómetros que nos separen, de alguna forma extraña y suicida, siempre vas a formar parte de la historia de mi vida. Has sido esa piedra en el camino con la que sabía que iba a chocar, has sido la roca a la que aferrarme en mitad de la tempestad, un soplo de aire fresco en esta atmósfera viciada. Eres esa nota discordante en una canción cualquiera que la vuelva única. Y sin embargo, una y otra vez, erramos el camino. Como si no hubiésemos sabido estar juntos, y al mismo tiempo, sin poder estar separados.  Queriéndolo todo uno al lado del otro y sin saber cómo encontrarlo. Un eterno y repetitivo “ni contigo ni sin ti” que llenaban nuestros días de dudas, amor y odio. Una lucha, miles de sentimientos y una mentira que se llevó por delante todo.

¿Qué te diría si ahora nos encontrásemos de nuevo? ¿Qué te diría si tuviera delante una pizarra donde escribirte algo? Sería difícil decir en una sola pizarra tantas cosas que se me vienen a la cabeza, sería difícil escoger las palabras adecuadas para expresarme. Sabes de sobra que uno de mis grandes problemas siempre fue ese: a través de una hoja te puedo mostrar miles de cosas, cosas que, por otra parte, nunca has visto ni querido ver, cosas que te escribí y nunca sabrás. Me sobran las palabras en el papel tantas como me faltan para hablarte de verdad. Llámame cobarde. Lo sé, lo soy.  ¿qué mensaje te escribiría en esa pizarra? ¿un resumen? ¿un ruego? ¿un agradecimiento? No lo sé, algo bueno, eso seguro. Porque pese a tantos intentos y tantos fracasos, no me arrepiento, no me avergüenzo, no te escondo ni te borro. Te llevaste una parte de mí y a cambio tengo algo de ti conmigo.

“Siento todo lo que pasó entre nosotros, aún sueño contigo a veces.” “No fue el momento preciso ni en el lugar adecuado”. “Nos quisimos demasiado, pero no supimos entender ese amor tan grande”. No lo sé.

Querido amigo, ha pasado tanto tiempo desde la última vez que hablamos, que nos vimos, que nos besamos, que es cierto que en esos días que me siento triste, perdida y sola, pienso en ti. Pero no sé si lo que pienso proviene de ese amor truncado que vivimos, del recuerdo de nuestra historia, o del hecho de que siempre he estado enamorada de la idea del amor. Quizás esto último explique mi volubilidad, mis problemas de compromiso, mis ganas de todo y de nada a la vez.
 Si tuviese una pizarra a mano en la que poder escribirte, tal vez solo te escribiera dos cosas sencillas:


                “Gracias, siempre te llevaré conmigo”. 


sábado, 26 de septiembre de 2015

El primer amor

No importa cuánto tiempo pase o cuántos kilómetros nos separen, al final del día, siempre tú serás el baremo por el que nada se puede medir. No importa cuántas personas haya habido detrás de ti en mi vida, no importa cuántos sitios haya conocido, qué cosas haya hecho, porque al final del día, de este día en concreto, tú siempre apareces. Apareces  en mi mente con ese recuerdo tan nítido de la persona que eras, de quien me enamoró en seguida y me olvidó rápido. Apareces con esa mirada adulta observando a una niña que solo querías que creciera… pero soy muy terca, y tú nunca quisiste admitirlo.

Querías que creciera, que madurara a una velocidad que no era la mía. Querías que olvidara todo, querías inventarme de nuevo y yo, que por aquel entonces estaba ciega, sorda y muda al exterior de nuestra cúpula, te hice caso en todo excepto en una simple cosa. Querías que hablara, que te contara en cada momento qué me pasaba, qué sentía… y eso, amigo mío, ni siquiera tú pudiste conseguirlo. Pero encontré el modo de hacerte llegar todo eso que me pedías… te escribía. Porque nunca he conseguido poner en orden mis pensamientos a través de la voz, y la única manera de que todos ellos tengan algún sentido para los demás es a través de mis dedos. Ellos te contaron en cada momento qué me pasaba, qué sentía, cuánto te quería… pero cuando juegas con fuego ante un adolescente el fuego puede quemarte. Tal vez yo no supe amar, nunca he sabido muy bien cómo hacerlo ( ¿acaso alguien sabe?), pero tú no supiste cómo jugar a ese juego. Y el fuego nos acabó quemando a los dos.

Arriesgamos mucho de pronto, pisamos el acelerador desde el primer momento y nunca metimos el freno… al final el motor se desgastó sin dejarnos nada. Un corazón roto y un par de cartas de amor. Tú lo intentaste de todas las maneras, yo solo di excusas para terminar, y sin embargo, al final, con los años, he sido yo quien más ha pagado el precio. En mi mente siempre estarán tus últimas palabras: “algún día, dentro de un tiempo, pensarás en mí y te arrepentirás…”.  Cuánta razón tenías, cuántos años me pasé deseándote en silencio de nuevo, sentía cómo todo se volvía una espiral de amor  y confusión.                                                       
Todavía ahora te recuerdo. Cómo llegaste en el preciso instante en el que mi corazón estaba débil para hacerme fuerte, para hacerme reír de nuevo. Cómo vivimos juntos tus castigos  y los míos, nuestras discusiones, tus ganas profundas de conocerme, mi terquedad absoluta al impedir que eso pasara. Tú primer te quiero, mi primera carta, y Venus… qué bonita es Venus desde ahí arriba observando silenciosa cada paso que dimos… qué bonita es Venus gracias a ti.

Pero el amor, que es siempre caprichoso, quiso que todo lo que habíamos construido en poco tiempo se cayera. Aquellos muros que creíamos tan sólidos se vinieron abajo. Toda nuestra historia se perdió entre aquellos escombros. Y de todo lo que perdimos, lo que más me duele, es que nunca pude recuperar la persona que era antes de conocerte. Aquella chica risueña, sencilla, charlatana, que hablaba demasiado rápido y demasiado alto sobre sentimientos  y amor se perdió para siempre.  Sin haberme dado cuenta, durante aquellos escasos meses había cambiado por completo. Me hiciste a tu imagen y semejanza y ya ni siquiera delante del espejo me reconocía. Me había vuelto desconfiada, silenciosa, y había creado un muro de piedra y hielo alrededor de mi corazón que durante muchos años estuvo en pie. Creo que eso es lo que más me duele de toda nuestra historia. Muchas veces intenté recuperar a aquella dulce niña, y muchas veces erré en el intento. Frustrándome, maldiciéndote, ahogándome en ese nuevo yo que había surgido. Adiós dulce niña, adiós.

No importa cuánto tiempo pase, cuántos kilómetros recorra, cuánto trate de olvidarme del pasado. No importa si desde hace 10 años no te veo  si nunca nos encontramos, en este día ya sé que siempre apareces. Porque este era nuestro día.

Y porque es verdad aquello que dicen: no importa cuántos hombres pasen por tu vida, al primero, jamás lo olvidas.



sábado, 19 de septiembre de 2015

La primera hoja de otoño

Cuando la primera hoja cae y aterriza sobre el asfalto, algo se pierde. Cuando de tu armario se esconden las sandalias y de nuevo aparecen las chaquetas, sabes que de nuevo está ocurriendo. Cuando, por primera vez, tu cama se queda fría, por fin lo sientes. La magia del verano se ha escapado un año más entre tus dedos. Lejos quedan los largos días fuera de casa, en aquella playa lejana a la que siempre quisiste ir, aquella terraza que guarda miles de confesiones entre cafés, refrescos y batidos. Todo se reanuda de nuevo, después de estos últimos meses sin rumbo, sin sentido, pero únicos al fin y al cabo.

No importa cuántos años tengamos, no importa dónde estemos viviendo, cuando el calor va desapareciendo paulatinamente, ese pequeño sol interior también va ocultando su brillo, en una puesta de sol ralentizada, bella, sí, pero triste, también.
El otoño siempre me ha parecido que es preludio de lo que va a llegar, sin ser nunca verano, sin llegar a ser jamás invierno, un tiempo muerto entre el calor y el frío, un punto medio entre dos grandes momentos. El otoño tiñe constantemente la vida en tonos marrones y grises. La nostalgia y la melancolía se apoderan de la mente, recordando cada noche aquellos destellos del verano que ya nunca jamás volverán, contando con los dedos los días para Navidad. Mis otoños se cubren de oscuridad al recordar todo lo que poco a poco me fue quitando, sin poder luchar, sin poder presentar ni siquiera una pequeña batalla.

Pero,  a veces, también recuerdo, que no siempre esta época del año fue tan desagradable. En aquellos años en los que todos éramos más jóvenes, el otoño suponía una prueba de vida para nosotros: cuando al acabarse el verano, aquellos amores que junto a la playa habían nacido, prosperaban y florecían en tierras desconocidas, ofreciéndonos historias, sensaciones y sentimientos que jamás habíamos imaginado. Entonces otoño significaba esperanza.
En cualquier caso, esta época también puede ser una puerta abierta a muchos caminos, a tantos como queramos adentrarnos. Es una oportunidad de redimir nuestros errores del pasado o de volver a ellos una y otra vez. Otoño es un punto de partida o una llegada a meta. Un camino de doble sentido, o una autopista directa a tu destino. Puede serlo todo, o puede no ser nada, y somos nosotros quienes decidimos eso.

Cuando el frío comienza a arreciar sobre tu cama, cúbrete con mantas, tan solo está empezando. Tápate hasta arriba y disfruta del agradable calor desde ese escondite que tan solo te pertenece a ti.

Cuando el viento sople con fuerza y arrastre ese aire gélido desde las montañas, recuerda que en el armario aún guardas esas chaquetas y esas botas. Póntelas, y aunque el tiempo parezca retarte a jugar una partida que vas a perder, plántale cara, sal a la calle y disfruta de él en tu cara, sabiendo que tú tienes algo que él jamás encontrará: un hogar al que volver.


Cuando de repente te encuentres sobre la acera la  primera hoja, detente, agáchate y recógela. Inspira bien profundo y nota cómo, sin darte cuenta, el viento ya ha cambiado, el olor de la tierra vuelve a ser diferente y ríete de ti mismo, porque un año más, el tiempo ha sido más sabio que tú y ya ha cambiado las reglas del juego. 

Otra vez, sin que te des cuenta, ya es otoño. 


sábado, 12 de septiembre de 2015

AHORA DUELE

La vida está hecha de pequeños momentos que olvidamos en el tintero para después. La mayor 
parte de nuestro vocabulario se compone de palabras para retrasar el momento de vivir. Por eso al recibir a  alguien solo decimos hola, y sin embargo, tenemos muchas maneras diferentes de despedirnos. 
Existen muchas formas diferentes de irse, muchos modos en los que la gente se va, muchos motivos por los que hacerlo. Todos ellos duelen. Duelen de una manera infecciosa, como una bacteria que se instala en tu pecho y desde allí se extiende a cada extremo de tu cuerpo. Duele como si te estuvieses cayendo al vacío sabiendo que debajo solo te espera el duro asfalto y no hay nadie que pueda evitar esa desgracia.
 Duele porque sabes que, en el fondo, si hubieras luchado más, no estarías sintiendo dolor ahora mismo. Duele porque si hubiera sido en otro momento, las cosas podrían haber sido muy  diferentes. Pero duele, sobre todo, porque ahora te das cuenta de que merecía la pena luchar por ello pero lo dejaste para luego. Y luego no es nunca un buen momento. Esa dilación del tiempo te perseguirá para siempre, sabiendo que en el fondo, ese dolor está ahí porque no supiste arriesgarte, no quisiste salir de la comodidad para luchar por algo que ya jamás existirá. Ya nunca sabrás a que sonarán esos fuegos artificiales que durante muchas noches imaginaste. Ya nunca recordarás a qué sabían exactamente aquellos besos, no podrás sumergirte de nuevo en esos ojos de profundo azul ni recorrer su piel mientras bromeáis en algún bar cercano.
Esa historia que creaste en tu cabeza pasado el tiempo se desvanece. Las páginas del libro que reservaste para los dos se quedarán en blanco porque no supiste perder el miedo a fracasar ni a intentarlo.
Duele ver que el tiempo pesa, pero duele más que pese con su ausencia, porque ahora cargas con su recuerdo, que pesa más que su cuerpo aunque nunca lo tuvieras.
Él se cansó de esperar ese luego que tú creaste para no enfrentarte a la realidad de los sentimientos, y ahora, tú, que en silencio sí que amaste pagas las consecuencias de ese amor en secreto. Cada rincón de tu cuerpo se estremece, en el corazón hay clavado un cuchillo por cada momento demorado, tus ojos se inundan con lágrimas que bañan tus mejillas, y en tu cabeza solo resuena el eco de su voz distante y la nostalgia te trae los recuerdos reales e inventados que se han marchado para siempre.
Ahora que él se ha ido, todo se tiñe de negro, ahora todo es oscuro, lúgubre y triste. Ahora, nunca antes esa palabra tuvo tanto sentido. Ahora has entendido el valor de cada momento; y sin embargo, ahora es tarde.


Ahora ya es tarde para empezar de nuevo.