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lunes, 16 de noviembre de 2015

Circo Máximo



Circo Máximo de Santiago Posteguillo es la segunda parte de la trilogía sobre el emperador Trajano.  Muy fiel al estilo del autor este libro  es a la vez fuente de saber sobre el período de historia que abarca y al mismo tiempo, combina elementos ficticios propios de una novela. 
Sin duda es una obra altamente recomendable tanto para amantes del imperio Romano y de la historia como para aficionados a la lectura en general. 
Un libro que te engancha desde el principio y que resulta  muy difícil dejar de leer
Ahora solo nos queda esperar a la última entrega el próximo año.

viernes, 13 de noviembre de 2015

El primer día

A quien puede interesar;

Tal vez esta misiva nunca cumpla su propósito y quede olvidada en el cajón de una vulgar mesita de noche en una simple casa de una ciudad corriente. Pero, si por alguna razón, ha llegado a tus manos y tú, lector, estás leyendo estas palabras, seguramente te preguntarás por qué. Por qué ha llegado a tus manos este frágil trozo de papel, por qué estás leyendo esta aglomeración de palabras sin sentido, estos pensamientos desvariados, esta carta sin destinatario. A ti, lector, te estaba esperando desde hacía tiempo, para decirte algo que todo el mundo sabe, pero de lo que nadie se da cuenta ya.
No sé si me lees desde un presente inmediato o desde un futuro lejano. No sé ni siquiera cómo has llegado a encontrar este regalo que, sin conocerte, te ofrezco para que, si es de tu agrado, lo compartas con el resto de la humanidad, tal y como a mí me habría gustado. Quiero compartir contigo, pese a que todavía no nos conozcamos, una parte esencial de mí, un pequeño rincón de debilidad, sabiduría, esperanza, ternura y tristeza al mismo tiempo. Hoy comparto contigo algo que debí compartir en vida. No sé si me dio tiempo, porque aunque tú me leas en este preciso instante, yo te he escrito antes en cualquier caso y no sé cuánto tiempo habrá pasado entre estos dos hitos de nuestra historia que nos unirán durante los próximos minutos.

Solo quería compartir contigo la alegría que siento al respirar. Y tal vez puede sonar cursi, un tanto aniñado. Pero es verdad. Este es el gran conocimiento que todos tenemos y que apenas valoramos por su importancia. Cuando una mujer da a luz, lo más importante es que el recién nacido sea capaz de tomar aire y expulsarlo. Cuando no lo consigue, se ejecutan sobre él todas las medidas necesarias para que, cueste lo que cueste, ese niño consiga inspirar y expirar por primera vez. Una función vital que realizamos sin darnos cuenta. Unos sencillos movimientos que realizamos miles de veces al día de manera automática y que nos proporcionan lo más importante, vida. Quiero, querido amigo, compartir contigo la alegría que me produce vivir, quiero contagiarte de esa esperanza que rodea mi vida, que me impide rendirme. Quiero compartir contigo la vida, la alegría, y esta respiración que compartimos mientras yo te escribo, mientras tú me lees.
Hoy es el primer día de mi nueva vida. Llevaba meses pensando en ello, quizá años; la verdad es que he perdido en parte la noción del tiempo para algunas cosas. Me asustaba en seguida cuando algo me dolía, temía por aquellos que debían visitar al médico por cualquier razón. Vivía con un constante miedo a sucumbir, y lo hacía porque sabía que no estaba haciendo todo lo posible por salvarme. Con algunos de mis actos, lo único que hacía era salir en medio de la carretera y decir a la muerte: “¡eh! Estoy aquí, ven a por mí”. No. No era eso lo que quería. Desde hacía tiempo, sabía que debía cambiar ciertos malos hábitos que tenía.

Cuanto todo esto empezó y la gente me preguntaba por qué hacía lo que hacía, mi estúpida respuesta era: “porque de algo hay que morir”. ¿En serio? Ahora me escucho en los recuerdos y solo puedo pensar en lo absurdo de esa respuesta. De algo no hay que morir, de algo vamos a morir, pero lo lógico sería, es, evitar en la medida de la posible allanar ese camino a nuestro tenebroso enemigo de la guadaña. A veces, cuando somos adolescentes y aún no entendemos bien las consecuencias de nuestros actos, erramos el camino, cometemos errores y algunos de ellos, pueden pagarse caro. El mío, seguramente no sea excepción. Pero después de mucho pensar, he entendido que ese momento perfecto que esperaba para cambiar de vida, no va a llegar nunca. Nunca va a ser el momento perfecto. Por esa razón, este es el momento que he decidido.
Hoy es el primer día del resto de mi vida, el día que he decido dejar de matarme, el día que he escogido la vida. Sé que no va a ser un camino fácil, que la tentación vive en el piso de arriba, y a veces se muda al de al lado. Sé que habrá momentos en los que llore de rabia, o chille de impotencia, pero mi apuesta es sincera, es real. Sé que es un largo camino, que nunca volveré a estar limpia del todo, que llevaré ese estigma dentro de mí. Hoy, querido lector, quiero hacerte partícipe de que, estés donde estés, seas quien seas, de alguna manera, podemos cambiar nuestro rumbo. Podemos elegir nuestro camino. Aunque todos converjamos el camino en único punto final, lo que pase entre medias, sí depende en gran medida de nosotros mismos. Y podemos cambiar. Yo, por ejemplo, estuve equivocada durante 10 años de mi vida al pensar que no tenían importancia todas decisiones que tomaba. Pero desde aquel día han cambiado muchas cosas. Hoy he visto cómo las personas que más quería se iban por la enfermedad a la que tanto temo. He visto cómo personas que no se lo merecían, luchaban contra ella, con destinos inciertos, con coraje aguerrido. ¿Qué será de mí, que aun pudiendo evitarlo, no hice nada? No quiero seguir preguntándome eso cada noche. No quiero seguir teniendo miedo cada día porque sé que no evito lo que debería y solo atento contra lo que más deseo.


Hoy, querido amigo, es el primer día del resto de mi vida, porque hoy, por encima de todo, escojo, por primera vez en mucho tiempo, vivir y respirar aire puro en mis pulmones. 


sábado, 7 de noviembre de 2015

Una noche romana

Era una fría noche en la que se helaban hasta los témpanos. Las calles adoquinadas de la ciudad imperial estaban cubiertas de una fina capa de hielo que apenas permitía dar un paso sin tentar a las leyes de la gravedad. La tenue luz de las farolas aposadas junto a la vía iluminaba a duras penas mi camino. Hacía ya tiempo que el fulgor de los turistas había desaparecido, hacía ya tiempo que la única existencia en los alrededores eran los antiguos ecos del pasado y un imponente triunfo de las ánimas de aquellos que administraban muerte o victoria sobre todo un imperio. Se me había hecho tarde una vez más, como tantas otras… eso era lo único que apenas quedaba de mi cultura hispana. La mala costumbre de retrasarme para llegar, y aún más extraño, para regresar. Pero tal vez fue el destino, la casualidad o esa mala manía tan española, la que iba a cambiar mi vida, dando un giro inesperado a todos los cimientos de mi vida.
Era una noche gélida romana, preludio de un aún más gélido día invernal en esta ciudad donde constantemente se mezclan pasado, presente y futuro. En una de esas vías que te transportan directamente al corazón del imperio, me di cuenta de que alguien se acercaba con ese sexto sentido que a veces se dice que tenemos las mujeres. Decidí detenerme, en un desesperado intento de fingir que no encontraba algo en el bolso  (¿qué mujer no ha hecho esa técnica alguna vez para evitar ver o ser vista?). Lo cierto es que mi intención era más bien, dejar pasar a esa persona misteriosa que se atrevía a perturbar el sueño despierto de la ciudad eternamente dormida. Eso y que desde hace tiempo no me gustaba caminar sabiendo que había alguien detrás de mí… así pues, me hice a un lado de la acera, procurando no deslizarme por el hielo y arruinar mi estrategia. ¿Alguna vez he dicho que soy muy patosa? Si no es así, quiero que quede claro, soy muy patosa. En mi vano intento por ser sigilosa, natural y hábil, mi tacón (soy la única persona que decide ponerse tacones para caminar sobre pavimento helado en una ciudad tremendamente adoquinada), mi tacón no cumplió bien su función de agarrarse lo máximo al suelo, resbaló y sin poder hacer nada, finalmente la inercia de mis movimientos manieristas, y la gravedad cumplieron su función, todo mi ser acabó en la fría acera de una céntrica calle de Roma. No fue una caída dolorosa, ni grave, ni demasiado humillante, pero fue lo suficiente llamativa para que aquella persona que me acompañaba en la acera y de la que trataba de escapar, se diera cuenta y se interesara.
Fue en ese momento cuando descubrí qué caprichoso es el destino, las vueltas que da la vida y toda clase de frases hechas con igual valor. Aquella persona de la que huía, se acercó a mí. Era un hombre. Un hombre bastante alto ( para mi pequeña estatura, todos son altos), fuerte pero sin exceso, con una vestimenta cuidada e impecable pero sin resultar extremadamente serio, sobrio o mayor, un cabello ligeramente clareado por el sol y sus ojos. Esos fueron mi perdición, eran unos grandes ojos aguamarinos con destellos polares. Eran la combinación perfecta entre el invierno gélido romano y la necesidad de huir en el mes de julio a la costa italiana. Sus ojos eran Italia. Y mis manos llenas de hielo, ardían en aquel momento.
Él se acercó, con la naturalidad que da la despreocupación, y con una leve sonrisa que escondía unas profundas ganas de reír por mi pesa imitación, me ofreció su mano para ayudarme. Una mano grande, fuerte, amiga. No pude darme cuenta entonces, pero, al ofrecerme aquella mano, me ofreció su tierra, su mirada y su vida. Porque la mayoría de las veces la vida está compuesta de momentos embarazosos, absurdos pero que nos hacen reír una y mil veces cada vez que los recordamos. Y este es uno de esos momentos.
El hombre misterioso del que huía se convirtió en el hombre protagonista de mi vida, compartiendo cada instante, recordando siempre ese instante en el que por pequeños giros del destino, todo cambia.
Quizá si un mes antes no hubiera decido cambiar mi monótona vida en mi ciudad de origen, si no hubiera decidido aceptar aquella invitación para asistir a una fiesta al otro lado de la ciudad, si no se me hubiera hecho tarde al volver o si no me hubiera entrado aquella locura años antes de que nadie caminase detrás de mí, hoy mi vida podría ser muy diferente. O tal vez, todo estaba dispuesto para que fuesen cuales fuesen los eventos, sucediese igual.


Quién sabe qué intrincados pueden ser los senderos de la vida.