Secciones

sábado, 19 de septiembre de 2015

La primera hoja de otoño

Cuando la primera hoja cae y aterriza sobre el asfalto, algo se pierde. Cuando de tu armario se esconden las sandalias y de nuevo aparecen las chaquetas, sabes que de nuevo está ocurriendo. Cuando, por primera vez, tu cama se queda fría, por fin lo sientes. La magia del verano se ha escapado un año más entre tus dedos. Lejos quedan los largos días fuera de casa, en aquella playa lejana a la que siempre quisiste ir, aquella terraza que guarda miles de confesiones entre cafés, refrescos y batidos. Todo se reanuda de nuevo, después de estos últimos meses sin rumbo, sin sentido, pero únicos al fin y al cabo.

No importa cuántos años tengamos, no importa dónde estemos viviendo, cuando el calor va desapareciendo paulatinamente, ese pequeño sol interior también va ocultando su brillo, en una puesta de sol ralentizada, bella, sí, pero triste, también.
El otoño siempre me ha parecido que es preludio de lo que va a llegar, sin ser nunca verano, sin llegar a ser jamás invierno, un tiempo muerto entre el calor y el frío, un punto medio entre dos grandes momentos. El otoño tiñe constantemente la vida en tonos marrones y grises. La nostalgia y la melancolía se apoderan de la mente, recordando cada noche aquellos destellos del verano que ya nunca jamás volverán, contando con los dedos los días para Navidad. Mis otoños se cubren de oscuridad al recordar todo lo que poco a poco me fue quitando, sin poder luchar, sin poder presentar ni siquiera una pequeña batalla.

Pero,  a veces, también recuerdo, que no siempre esta época del año fue tan desagradable. En aquellos años en los que todos éramos más jóvenes, el otoño suponía una prueba de vida para nosotros: cuando al acabarse el verano, aquellos amores que junto a la playa habían nacido, prosperaban y florecían en tierras desconocidas, ofreciéndonos historias, sensaciones y sentimientos que jamás habíamos imaginado. Entonces otoño significaba esperanza.
En cualquier caso, esta época también puede ser una puerta abierta a muchos caminos, a tantos como queramos adentrarnos. Es una oportunidad de redimir nuestros errores del pasado o de volver a ellos una y otra vez. Otoño es un punto de partida o una llegada a meta. Un camino de doble sentido, o una autopista directa a tu destino. Puede serlo todo, o puede no ser nada, y somos nosotros quienes decidimos eso.

Cuando el frío comienza a arreciar sobre tu cama, cúbrete con mantas, tan solo está empezando. Tápate hasta arriba y disfruta del agradable calor desde ese escondite que tan solo te pertenece a ti.

Cuando el viento sople con fuerza y arrastre ese aire gélido desde las montañas, recuerda que en el armario aún guardas esas chaquetas y esas botas. Póntelas, y aunque el tiempo parezca retarte a jugar una partida que vas a perder, plántale cara, sal a la calle y disfruta de él en tu cara, sabiendo que tú tienes algo que él jamás encontrará: un hogar al que volver.


Cuando de repente te encuentres sobre la acera la  primera hoja, detente, agáchate y recógela. Inspira bien profundo y nota cómo, sin darte cuenta, el viento ya ha cambiado, el olor de la tierra vuelve a ser diferente y ríete de ti mismo, porque un año más, el tiempo ha sido más sabio que tú y ya ha cambiado las reglas del juego. 

Otra vez, sin que te des cuenta, ya es otoño. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario