Ya han pasado 1462 días. 4 años y dos días resumidos en dos
simples palabras. Dolor. Espera. Fueron 21 días los que nos dejaron para
comprenderlo todo, cargarnos de fuerza y despedirnos. 21 días de duda
constante, rabia contenida y llanto fácil. 21 días de lucha sin cesar. 21 días
de lucha en vano.
Jamás podré olvidarte
tendida en aquella cama, aún sonriente y prometiéndonos volver a vernos.
Después de eso, cumplí mi palabra. Regresé para verte, pero tú ya no me veíais.
Poco tiempo después, no solo tus ojos se cerraron, también tu cuerpo dijo
basta, llenando nuestras vidas de un dolor eterno y celestial que nunca se
alivia, que nunca cicatriza. Muchas veces más desde entonces he ido a visitarte, esperando que tus ojos me viesen desde lo
alto, sabiendo que ahora soy yo la que no te veo.
Me diste los mejores años de mi vida, y en gran parte de los
recuerdos que atesoro en mi memoria, apareces tú. Con tu sonrisa, con tu
espíritu jovial y tu amor por todos nosotros. Eras el gran pilar de nuestras
vidas y desde que ya no estás, vagamos todos sin rumbo fijo. Quienes hemos
tratado de ocupar tu lugar en momentos puntuales, nos hemos dado cuenta, de que
esa tarea era solo tuya, que nadie podrá nunca ni reemplazarte ni ocuparlo… por eso cuando llegan determinadas fechas,
tú, mi ancla, me faltas todavía más, sabiendo que aquellos momentos en familia
y aquellos días de fiesta y felicidad solo están en un recuerdo lejano, que
cada año se diluye más. Me parte el corazón ver a los más pequeños de la
familia disfrutar de esas fechas, porque…
ojalá hubieran sabido cómo era todo entonces; ojalá hubieran podido ver un poco de aquellos años cuando
realmente estábamos juntos. Ojalá hubiéramos coincidido todos al menos una vez…
Pero no tuvimos tiempo, te marchaste demasiado pronto,
demasiado rápido y se quedaron en el tintero tantas historias y aventuras por
contar y por vivir. Dejaste mi corazón malherido, y durante mucho tiempo me
torturé creyendo que yo tuve la culpa. Como si tú pagaras por mis malas
acciones, por mis mentiras, por mis engaños y por todo ese dolor que había
causado a mi alrededor. No podía entender el por qué la vida decidía
separarnos, por qué te ibas, y en aquel dolor inmenso, decidí que yo cargaría
con la responsabilidad. Cada noche durante meses me senté en mi habitación y
pedí perdón. Lloré hasta que en mi cuerpo no quedaron más lágrimas. Llegué a lo
más profundo de mi alma y traté de arrancar toda la negrura que había allí,
toda la maldad que había cultivado durante años. Hice una purga, para
recuperarte, por si así podías volver. Y en aquel tiempo, te sentía conmigo.
Como si aún desde el otro lado, supieras de esa vulnerabilidad mía y velaras
porque de alguna manera pudiera salir adelante. Esa eres tú, siempre defendiéndome, siempre protegiéndome, siempre cuidándome. Por eso
sabía que estabas allí.
Han pasado ya 1462 días desde aquel momento en el que mi
mundo se volvió un poco más frío, más oscuro, más gris. Y sin embargo, aún
recuerdo, como si hubiera sido ayer, esa sensación de caída libre y vacío
dentro de mi ser. De vértigo, de dolor infinito. Tal vez poco a poco olvide el
tono exacto de tu voz, las facciones concretas de tu cara, o la manera en la
que solías caminar. Pero jamás me acostumbraré a vivir en un mundo donde tú no
estás.
Todavía hoy, me siento perdida sin ti.