A veces no puedo evitar preguntarme por qué seguir avanzando.
Qué hay en este lugar, en este momento que nos obligar a permanecer aquí,
estáticos o no, en esta realidad punzante.
Tal vez sea la idea de un mañana diferente la que les
impulsa a algunos pocos a continuar con esta farsa de escala mundial. Quizá
sean las personas que tengan alrededor quienes les insuflan esa fuerza
necesaria para afrontar un día más. O puede que sea la simple imagen de la
belleza que recuerdan la que les ilumine
un camino casi oscuro ya. Pero, ¿qué ocurre cuando no hay mañana posible? ¿Cuándo
las personas se han ido de tu lado? ¿o la belleza se haya escondido entre
tantas sombras? ¿qué motivos restan para continuar o cómo dar un paso más?
Hace tiempo, yo también era como tú. Solía disfrutar del
calor del sol, del aire en mi pelo, de la vida que latía con cada pálpito del
corazón. Mi máxima era sonreír por los menos una vez al día; pero yo no solo
sonreía cada día, sino que lo hacía cada hora, cada minuto, cada instante. No
importaba si por dentro estuviera tan rota como un jarrón de cristal al golpear
el suelo. No importaba si había algo que me perturbara o si me habían hecho
daño. Yo, simplemente, seguía sonriendo, sabiendo que esa era, precisamente, mi
mejor arma. Y tal vez, ahí empezó todo sin darme cuenta. Al ocultar a la gente
cómo era en realidad, cómo me sentía. Esa pose frente al mundo, ese escudo
invisible que me había forjado, acabaría pasándome factura tarde o temprano y
no supe verlo a tiempo a pesar de las señales de alerta que se encendían a cada
paso. Que sonriera de puertas para afuera no significaba, sin embargo, que no
sufriera. No. En absoluto. Tan solo significaba dos cosas:
- - La primera: me estaba convirtiendo poco a poco
en la mejor actriz de mi propia película.
- - La segunda: nadie se daba cuenta de lo débil,
oscuro y vacío que se estaba volviendo mi interior.
Hubo momentos en los que no supe o no pude contener tanto
dolor como albergaba por dentro y traté de gritar y grité. Pero los oídos en
los que dejé caer mi aviso no supieron o no quisieron entender mi mensaje. Ese
es otro de mis grandes problemas. Nunca he sabido escoger las personas que iban
a formar parte de mi vida. Por eso, cada vez que pedía auxilio solo me
acompañaba mi propio llanto para consolarme. Así fue como aprendí a curarme
sola las heridas. Un vendaje mal puesto para inmovilizar y unas gotas de
alcohol para el dolor. Mi alma está llena de cicatrices sin curar, llagas
abiertas que sangran sin parar. Bajo lo piel, están las heridas que más duelen,
aquellas que no se ven. Y nadie pudo
verlo. Nadie pudo evitarlo. Solo yo tenía la llave para escapar de este laberinto
de pena, miedo y soledad. Una llave que había escondido largo tiempo atrás y no
lograba encontrarla. Y me iba consumiendo en ese espacio vacío, tan lleno de
nada, tan falto de todo.
¿Quién trató de quitarme el vaso de cristal para no ingerir
aquellas pastillas para poder dormir? ¿Quién supo que solo esperaba no
despertar algún día? ¿Quién se dio cuenta de que no encajaba en ningún sitio?
¿quién me vio caminando a la deriva de la vida? ¿quién vio cómo una y otra vez
me humillaron por mi cuerpo? ¿quién se dio cuenta de que de repente adelgazaba
y nunca estaba en casa para comer? ¿quién me escuchó gritar cuando aquel
hombre, en mitad de la noche, osó aprovecharse de mi descuido, y luego de mi
miedo, para darse placer con mi cuerpo? ¿quién me ha visto temblar al
enfrentarme a la oscuridad a solas? ¿quién se dio cuenta de que mis ojos ya no
brillaban y mis sueños se apagaban? ¿quién me protegió con su escudo cuando yo
ya había perdido el mío? ¿quién me animó desde las gradas de esta maldita arena
a seguir luchando? ¿quién trató de evitar de que me sintiera así? Nadie pudo
evitar que esta llama se apagara. Mi silencio y mi sonrisa fueron las barreras
que poco a poco me separaron del resto.
La única salida que veo, la última que pienso tomar es esta.
Explicar que, a pese a esa sonrisa, pese a todo lo que pueda pensar la gente.
La vida nunca ha sido fácil. La vida nunca lo es. El problema empieza cuando la
ira se mezcla con el odio destruyendo todo. La amistad y el amor se confunden
sin saber dónde acaba una y empieza el otro. Y la envidia juega con todas las
piezas del tablero a su antojo, imponiendo normal y ley según convenga. Así fue
como empecé a confundir cada sentimiento y ocultándolos todos para que nadie
viese la bestia en la que me estaba convirtiendo. Alegría y dolor aparecían
repentinamente cargados de fuerza pero de una forma intermitente. Todo cobraba
menos sentido cada vez. Y en el punto en el que entró a escena la tristeza de
la mano del arrepentimiento, lo supe. Supe que estaba convirtiéndome en algo
que no quería ni podía controlar.
Quise gritar y el autocontrol decidió que podía hacerlo, por
eso escogió aquellos oídos donde no pudiese ser oída nunca. Cada vez me alejaba
más de aquella luz que me solía guiar. Poco a poco dejé incluso de sonreír.
Dejó de importarme todo. Solo podía sentir ese dolor que me estaba consumiendo.
Solo quería sacar de mí ese demonio que llevaba dentro. Solo quería llorar de
rabia, de dolor, de miedo. Solo quería ser feliz, sabiendo que eso era lo único
que ya no podría tener más. Quería dejar de escuchar mi voz en la cabeza, dejar
de sentir la presión sobre mis sienes. Solo quería gritar que ya no podía más,
que renunciaba, que abandonaba. Pero hasta no sabía cómo hacerlo ya… hacía
tanto tiempo que no hablaba con sinceridad que solo pude hacer lo que tantas
otras veces había hecho: huir lejos, buscar mi escondite y escribir estas palabras
que nadie verá pero que serán suficientes para ayudarme a continuar, por lo
menos, un poquito más.
Esta es, al final, mi única verdad. Solo soy una chica
insegura en un mundo hostil. Solo soy una chica frágil que no sabe cómo seguir.
Solo soy una chica perdida que no encuentra su camino entre tanta oscuridad. Y
esta es la única manera en la que sé expresarme. A través de unas letras cuyo
mensaje nunca está claro, pero siempre dice algo.
¿quién quiso leer primero
para salvarme después?
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