A quien puede interesar;
Tal vez esta misiva nunca cumpla su propósito y quede
olvidada en el cajón de una vulgar mesita de noche en una simple casa de una
ciudad corriente. Pero, si por alguna razón, ha llegado a tus manos y tú,
lector, estás leyendo estas palabras, seguramente te preguntarás por qué. Por
qué ha llegado a tus manos este frágil trozo de papel, por qué estás leyendo
esta aglomeración de palabras sin sentido, estos pensamientos desvariados, esta
carta sin destinatario. A ti, lector, te estaba esperando desde hacía tiempo,
para decirte algo que todo el mundo sabe, pero de lo que nadie se da cuenta ya.
No sé si me lees desde un presente inmediato o desde un
futuro lejano. No sé ni siquiera cómo has llegado a encontrar este regalo que,
sin conocerte, te ofrezco para que, si es de tu agrado, lo compartas con el
resto de la humanidad, tal y como a mí me habría gustado. Quiero compartir
contigo, pese a que todavía no nos conozcamos, una parte esencial de mí, un
pequeño rincón de debilidad, sabiduría, esperanza, ternura y tristeza al mismo
tiempo. Hoy comparto contigo algo que debí compartir en vida. No sé si me dio
tiempo, porque aunque tú me leas en este preciso instante, yo te he escrito
antes en cualquier caso y no sé cuánto tiempo habrá pasado entre estos dos
hitos de nuestra historia que nos unirán durante los próximos minutos.
Solo quería compartir contigo la alegría que siento al
respirar. Y tal vez puede sonar cursi, un tanto aniñado. Pero es verdad. Este
es el gran conocimiento que todos tenemos y que apenas valoramos por su
importancia. Cuando una mujer da a luz, lo más importante es que el recién
nacido sea capaz de tomar aire y expulsarlo. Cuando no lo consigue, se ejecutan
sobre él todas las medidas necesarias para que, cueste lo que cueste, ese niño consiga
inspirar y expirar por primera vez. Una función vital que realizamos sin darnos
cuenta. Unos sencillos movimientos que realizamos miles de veces al día de
manera automática y que nos proporcionan lo más importante, vida. Quiero,
querido amigo, compartir contigo la alegría que me produce vivir, quiero
contagiarte de esa esperanza que rodea mi vida, que me impide rendirme. Quiero
compartir contigo la vida, la alegría, y esta respiración que compartimos
mientras yo te escribo, mientras tú me lees.
Hoy es el primer día de mi nueva vida. Llevaba meses
pensando en ello, quizá años; la verdad es que he perdido en parte la noción
del tiempo para algunas cosas. Me asustaba en seguida cuando algo me dolía,
temía por aquellos que debían visitar al médico por cualquier razón. Vivía con
un constante miedo a sucumbir, y lo hacía porque sabía que no estaba haciendo
todo lo posible por salvarme. Con algunos de mis actos, lo único que hacía era
salir en medio de la carretera y decir a la muerte: “¡eh! Estoy aquí, ven a por
mí”. No. No era eso lo que quería. Desde hacía tiempo, sabía que debía cambiar
ciertos malos hábitos que tenía.
Cuanto todo esto empezó y la gente me preguntaba por qué
hacía lo que hacía, mi estúpida respuesta era: “porque de algo hay que morir”.
¿En serio? Ahora me escucho en los recuerdos y solo puedo pensar en lo absurdo
de esa respuesta. De algo no hay que morir, de algo vamos a morir, pero lo
lógico sería, es, evitar en la medida de la posible allanar ese camino a
nuestro tenebroso enemigo de la guadaña. A veces, cuando somos adolescentes y
aún no entendemos bien las consecuencias de nuestros actos, erramos el camino,
cometemos errores y algunos de ellos, pueden pagarse caro. El mío, seguramente
no sea excepción. Pero después de mucho pensar, he entendido que ese momento
perfecto que esperaba para cambiar de vida, no va a llegar nunca. Nunca va a
ser el momento perfecto. Por esa razón, este es el momento que he decidido.
Hoy es el primer día del resto de mi vida, el día que he
decido dejar de matarme, el día que he escogido la vida. Sé que no va a ser un
camino fácil, que la tentación vive en el piso de arriba, y a veces se muda al
de al lado. Sé que habrá momentos en los que llore de rabia, o chille de
impotencia, pero mi apuesta es sincera, es real. Sé que es un largo camino, que
nunca volveré a estar limpia del todo, que llevaré ese estigma dentro de mí.
Hoy, querido lector, quiero hacerte partícipe de que, estés donde estés, seas
quien seas, de alguna manera, podemos cambiar nuestro rumbo. Podemos elegir
nuestro camino. Aunque todos converjamos el camino en único punto final, lo que
pase entre medias, sí depende en gran medida de nosotros mismos. Y podemos
cambiar. Yo, por ejemplo, estuve equivocada durante 10 años de mi vida al
pensar que no tenían importancia todas decisiones que tomaba. Pero desde aquel
día han cambiado muchas cosas. Hoy he visto cómo las personas que más quería se
iban por la enfermedad a la que tanto temo. He visto cómo personas que no se lo
merecían, luchaban contra ella, con destinos inciertos, con coraje aguerrido.
¿Qué será de mí, que aun pudiendo evitarlo, no hice nada? No quiero seguir preguntándome
eso cada noche. No quiero seguir teniendo miedo cada día porque sé que no evito
lo que debería y solo atento contra lo que más deseo.
Hoy, querido amigo, es el primer día del resto de mi vida,
porque hoy, por encima de todo, escojo, por primera vez en mucho tiempo, vivir
y respirar aire puro en mis pulmones.