Secciones

viernes, 13 de noviembre de 2015

El primer día

A quien puede interesar;

Tal vez esta misiva nunca cumpla su propósito y quede olvidada en el cajón de una vulgar mesita de noche en una simple casa de una ciudad corriente. Pero, si por alguna razón, ha llegado a tus manos y tú, lector, estás leyendo estas palabras, seguramente te preguntarás por qué. Por qué ha llegado a tus manos este frágil trozo de papel, por qué estás leyendo esta aglomeración de palabras sin sentido, estos pensamientos desvariados, esta carta sin destinatario. A ti, lector, te estaba esperando desde hacía tiempo, para decirte algo que todo el mundo sabe, pero de lo que nadie se da cuenta ya.
No sé si me lees desde un presente inmediato o desde un futuro lejano. No sé ni siquiera cómo has llegado a encontrar este regalo que, sin conocerte, te ofrezco para que, si es de tu agrado, lo compartas con el resto de la humanidad, tal y como a mí me habría gustado. Quiero compartir contigo, pese a que todavía no nos conozcamos, una parte esencial de mí, un pequeño rincón de debilidad, sabiduría, esperanza, ternura y tristeza al mismo tiempo. Hoy comparto contigo algo que debí compartir en vida. No sé si me dio tiempo, porque aunque tú me leas en este preciso instante, yo te he escrito antes en cualquier caso y no sé cuánto tiempo habrá pasado entre estos dos hitos de nuestra historia que nos unirán durante los próximos minutos.

Solo quería compartir contigo la alegría que siento al respirar. Y tal vez puede sonar cursi, un tanto aniñado. Pero es verdad. Este es el gran conocimiento que todos tenemos y que apenas valoramos por su importancia. Cuando una mujer da a luz, lo más importante es que el recién nacido sea capaz de tomar aire y expulsarlo. Cuando no lo consigue, se ejecutan sobre él todas las medidas necesarias para que, cueste lo que cueste, ese niño consiga inspirar y expirar por primera vez. Una función vital que realizamos sin darnos cuenta. Unos sencillos movimientos que realizamos miles de veces al día de manera automática y que nos proporcionan lo más importante, vida. Quiero, querido amigo, compartir contigo la alegría que me produce vivir, quiero contagiarte de esa esperanza que rodea mi vida, que me impide rendirme. Quiero compartir contigo la vida, la alegría, y esta respiración que compartimos mientras yo te escribo, mientras tú me lees.
Hoy es el primer día de mi nueva vida. Llevaba meses pensando en ello, quizá años; la verdad es que he perdido en parte la noción del tiempo para algunas cosas. Me asustaba en seguida cuando algo me dolía, temía por aquellos que debían visitar al médico por cualquier razón. Vivía con un constante miedo a sucumbir, y lo hacía porque sabía que no estaba haciendo todo lo posible por salvarme. Con algunos de mis actos, lo único que hacía era salir en medio de la carretera y decir a la muerte: “¡eh! Estoy aquí, ven a por mí”. No. No era eso lo que quería. Desde hacía tiempo, sabía que debía cambiar ciertos malos hábitos que tenía.

Cuanto todo esto empezó y la gente me preguntaba por qué hacía lo que hacía, mi estúpida respuesta era: “porque de algo hay que morir”. ¿En serio? Ahora me escucho en los recuerdos y solo puedo pensar en lo absurdo de esa respuesta. De algo no hay que morir, de algo vamos a morir, pero lo lógico sería, es, evitar en la medida de la posible allanar ese camino a nuestro tenebroso enemigo de la guadaña. A veces, cuando somos adolescentes y aún no entendemos bien las consecuencias de nuestros actos, erramos el camino, cometemos errores y algunos de ellos, pueden pagarse caro. El mío, seguramente no sea excepción. Pero después de mucho pensar, he entendido que ese momento perfecto que esperaba para cambiar de vida, no va a llegar nunca. Nunca va a ser el momento perfecto. Por esa razón, este es el momento que he decidido.
Hoy es el primer día del resto de mi vida, el día que he decido dejar de matarme, el día que he escogido la vida. Sé que no va a ser un camino fácil, que la tentación vive en el piso de arriba, y a veces se muda al de al lado. Sé que habrá momentos en los que llore de rabia, o chille de impotencia, pero mi apuesta es sincera, es real. Sé que es un largo camino, que nunca volveré a estar limpia del todo, que llevaré ese estigma dentro de mí. Hoy, querido lector, quiero hacerte partícipe de que, estés donde estés, seas quien seas, de alguna manera, podemos cambiar nuestro rumbo. Podemos elegir nuestro camino. Aunque todos converjamos el camino en único punto final, lo que pase entre medias, sí depende en gran medida de nosotros mismos. Y podemos cambiar. Yo, por ejemplo, estuve equivocada durante 10 años de mi vida al pensar que no tenían importancia todas decisiones que tomaba. Pero desde aquel día han cambiado muchas cosas. Hoy he visto cómo las personas que más quería se iban por la enfermedad a la que tanto temo. He visto cómo personas que no se lo merecían, luchaban contra ella, con destinos inciertos, con coraje aguerrido. ¿Qué será de mí, que aun pudiendo evitarlo, no hice nada? No quiero seguir preguntándome eso cada noche. No quiero seguir teniendo miedo cada día porque sé que no evito lo que debería y solo atento contra lo que más deseo.


Hoy, querido amigo, es el primer día del resto de mi vida, porque hoy, por encima de todo, escojo, por primera vez en mucho tiempo, vivir y respirar aire puro en mis pulmones. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario