Te había visto antes de conocerte, en mis sueños te había escuchado
sin haberte oído hablar, te había encontrado ya antes de buscarte, y te quise
antes de saber quién eras, y cuando al fin lo supe, te amé sin condiciones.
Pero tú nunca me viste así, y si lo hiciste, nunca me lo hiciste saber. Habría
muerto por ti cien veces, sin ni siquiera haber compartido un solo día de mi
vida junto a ti, te habría cogido la Luna, sin haber viajado nunca contigo,
pero lo haría. Lo haría entonces y lo haría ahora, porque no nos engañemos,
aunque nunca me hayas amado, sabes de sobra lo que es el amor. Yo por ti y tú
por otra. Pero ambos entendemos este idioma en el que hablamos, solo que le
hablamos a personas que no nos escuchan del todo. Qué paradoja. Tantos años, y
todo sigue igual. Intacto este sentimiento que me aprisiona el pecho, que me
golpea hasta el alma, que me nubla la vista, que me acelera el corazón, me seca
la boca y esconde mis palabras. Tantos años hablándote sin decir nada,
mirándote sin poder verte, rozándote sin tocarte. Tantos años y sin embargo te
amo igual que siempre. Quizás más. Porque también amo tu perseverancia al estar
enamorado de un imposible, tal y como lo estoy yo. Enamorada de ti porque tengo
esperanza de que algún día te des la vuelta y me veas de verdad, como en
realidad soy y no como quiero que me veas, queriéndote cada instante, en lo
bueno y en lo malo. Remendando esas heridas de tu corazón marchito, mientras tú
curas las llagas de este corazón que arde sin parar en mi interior. Y entonces
por fin podrías escucharme, verme y tocarme de verdad. Descubrirías que soy
auténtica, que te amo como a nadie, que te esperaría mil noches más si hiciera
falta por quedarme una sola junto a ti. Por verte sonreír, y ser yo la causa de
esa risa. Por ser el sol y ya más nunca la eterna noche, por ser la vida y no
el sueño, por ser tuya y no quien te anhela. Eso quiero ser. Ser yo misma, pero
junto a ti. Porque desde que este sentimiento se ha apoderado de mí, he dejado
de ser yo. Ya no río, ni veo, ni vivo. Solo sueño, un sueño constante en el que
se va mi fuerza. Y de noche, exhausta por saber que nunca lo conseguiré, me
derrumbo en la cama y lloro con fuerza hasta vender mi alma a cambio de algo,
una mirada aunque sea. Algo que me haga pensar que al menos sabes que existo.
Algo que me dé aliento para continuar este camino, que sé que es doloroso, pero
el amor a veces duele. El amor, de hecho, parece que siempre duele.
Y aquí llega este nuevo día, en el que me levanto, desayuno,
me ducho y me visto rápidamente para llegar pronto al instituto, me gusta
esperar a verte llegar, y por si algún día dejas de llegar tarde, yo entro la
primera, no sea que alguien te vea primero, y la mires, y todo lo que yo había
soñado contigo, lo tengas, pero con ella. En fin, qué tonterías, aquí llegas,
con tus ojos celestes y tu pelo claro, tu cara de niño bueno. Caminas con paso
erguido y seguro, también te has llevado mi seguridad, porque delante de ti,
nerviosa y titubeante te miro a escondidas, una mirada furtiva en la que te
declaro mi amor, por fuera callo, por dentro grito. Y entonces tú te das la
vuelta, y me miras.
Y en ese momento, por primera vez,
tu mirada se cruza con
la mía
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