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miércoles, 1 de marzo de 2017

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Ella inspira suave la última calada de su cigarro, retardando todo lo posible el momento de apagarlo. No se da cuenta de que él no vendrá; que ya ha pasado, que no volverá. Mira su cajetilla vacía y se da cuenta de que si ese dolor no la mata, el tabaco lo hará y los cientos de cigarros que se fuma esperando.
Ella sale fuera y la lluvia comienza a calar pero no siente frío. Solo puede sentir el dolor de cada gota golpeando contra su corazón, rompiéndolo en mil pedazos y tirando los fragmentos a un pozo que parece no tener final,
Ella se esconde luego en su refugio y crea historias, posibles excusas. Empezó contando semanas, luego los días, después las horas y por último hasta los minutos para verlo. Aguardó tanto que incluso ahora sigue haciéndolo con la sonrisa puesta aunque la mirada triste porque lo que el corazón no entiende, la mente ya lo había comprendido desde el principio.
Y así, cada historia que la llevaba a alcanzar un sueño placentero, hoy la desvela como una pesadilla que se repite durante toda la noche. Antes las horas  parecían minutos, ahora los minutos son horas enteras. Los planes son estratagemas. El vino dulce se ha vuelto amargo. La comida fría sobre la mesa. Una silla vacía en la cocina.
En el fondo, ella sabe qué debe hacer, pero aceptarlo le duele más que seguir esperando. Y mientras trata de asumirlo como puede, con lágrimas en los ojos, el corazón encogido y miles de sueños en la papelera de enfrente, abre otra cajetilla y saca un nuevo cigarro. Entonces, de forma irónica, la misma ironía que en parte la ha llevado a estar así, se pregunta:

¿quién fue el listo que dijo que de amor no se muere?


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