Sí, qué bonita la vida cuando eres feliz, cuando
eres libre, cuando te sientes viva
El laberinto de los sentimientos encontrados
Pedes in terra, ad sidera visus
jueves, 15 de junio de 2017
Ahora
que lo pienso, qué duro ha sido este invierno ¿verdad? Las largas horas a
solas, la eterna espera de todo aquello que no llega y, aun así, esperas. El
deseo inalcanzable de lo que nunca fue posible. La melancolía. La nostalgia. El
agudo dolor cuando lo más frágil se rompe. La caída. Aquel oscuro abismo. Las
frías lágrimas que no calentaban el alma. La lluvia en el corazón. Los sueños
que se desvanecían cada mañana. Y millones de recuerdos que querían salir, pero
no los dejaba. Sí, qué duro ha sido este invierno. Pero, ¿sabes qué? Que el
verano ya ha llegado, y qué bien sienta el calor en el cuerpo, la suave brisa
tardía como una ráfaga de esperanza de que mañana, será otro buen día. Qué bien
sienta el saberse libre de todo aquello que una vez causó dolor. De volar de
nuevo. De hacerlo sola. De no tener más miedo. Qué bien sienta quererse a uno
mismo. Quitarse un peso de encima que no sabías que llevabas. Mirar
directamente a los ojos de la gente y no tener miedo, ni dudas, ni preguntas.
Volver a respirar profundo, como una calada que penetra bien adentro y sabe a
felicidad. Qué bonito es desprenderse de aquello que sobra, de lo que no suma,
de lo que pesa sin saberlo. Qué bonito gritar a pleno pulmón, correr sin rumbo,
no esperar nada. Qué hermoso el camino que te enseña y te reinventa. Qué
belleza la puesta de sol en el mes de junio, los días largos, la melena suelta,
las duchas frías, la vida.
domingo, 5 de marzo de 2017
Mi Odisea
Puedo estar sentada junto a ti, sabiendo que en realidad
estamos a cientos de kilómetros y aun así sentirme más segura que cuando no
estás cerca y finjo que me siento liberada de tu embrujo. Porque al final es eso, que
me repito un millón de veces cada segundo que estoy bien, que se está pasando,
que no me hace daño, que esta vez sí, ya no te esperaré, aunque de reojo mire
por la ventana, me asome a la puerta o escuche tras de ella. Hay muchos
segundos en una hora, más aún en un día. El número de veces que finjo que me
siento bien es tirando por lo bajo, incalculable. Y, sin embargo, de repente
nos encontramos, y por un minuto entero me encuentro, ni bien ni mal, pero me
encuentro que ya es bastante. Después te vas, o yo sigo mi camino y vuelta a
empezar. Empiezo de cero cada día, y un cero sacaría en materia del amor, en primer
lugar, por no saber afrontarlo, en segundo lugar por no saber lidiar con él, en
tercer lugar por no saber cuidarlo, en cuarto lugar por querer esconderlo y así
hasta contar hasta diez. Diez veces fueron, por cierto, las que estuviste dentro
de mí, qué bonito recuerdo. Cómo las noches que sin rozarnos pasamos juntos. O
las conversaciones sin sentido. Ahora las palabras se esconden, no quieren
salir. De repente, nada. Ojalá yo también sintiera esa nada dentro de mí, pero
no, me tengo que quedar aquí, buscándote para encontrarte sin querer, y tener
que sentir toda esa nada para estar bien. Qué irónica esta vida. Tú dibujaste
un lienzo dentro de mí sin saberlo enredando mi vida, haciendo un lío hermoso y
terrible al mismo tiempo. Tú que pintas cosas bellas, me has dejado hecha un
cuadro. Pero este cuadro parece no quedar bien en tu pared. Por cierto, que me
encantaría dormir al abrigo de las estrellas alguna noche. Pero supongo que me
iré al campo para hacerlo. Cuatro planetas rodean un gran sol en el centro de
tu cuarto, tú y yo estamos ahora mismo a años luz el uno del otro y a
millones de galaxias de lo que solíamos ser juntos. Porque parece ser que ya no somos si es
que alguna vez hemos sido, que todavía no me queda claro. Y quizás ahí radica
todo, que nunca supe nadar bien en tus aguas, que no sabía si los vientos
soplaban de poniente o del levante, y al final la tormenta me atrapó en mitad
del océano. Y me ahogué, pero no llegué a morir, y ahora solo trato de
sobrevivir. Sobrevivir a base de contarme cuentos de un instante fugaz
pretérito, de contar segundos, minutos y horas para pasar el tiempo. Un tiempo
que antes era tuyo y ahora de nadie, porque debería ser mío, pero como el Cíclope
de la Odisea, nadie me ha hecho esto, y nadie, eras tú. Nadie eras tú y en el fondo
todo. Todo lo que esperaba, anhelaba y quería. Maldita mente enferma la mía,
malditos ojos verdes esos tuyos, malditos hoyuelos y malditas risas
histriónicas las nuestras cuando sonaban al unísono. He perdido el compás de tu
música, y aunque lo intento, siento que siempre ataco tarde la última nota. Me
doy un cero en materia del amor. Un amor que ya de lejos se veía tormentoso,
como Caribdis y Escila, en fin, eres siciliano, quizás por eso, antes de acercarme,
ya lo sabía. Pero, ¿sabes que Ulises al final llegó a casa? Le costó diez años,
y muchas desgracias; quizás, algún día, yo también encuentre el camino de
vuelta a tu habitación, para al menos susurrarte la palabra ROMA pero al revés
(que es mi palabra prohibida como lo era también para los romanos) y contemplar
desde tu cama el espacio sideral porque cuando estoy contigo, sin tu saberlo, me
llevas de la mano a conocer todas las estrellas del firmamento (no solo las de tu techo).
Así que sí, te busco para encontrarte sin querer, para ver
si así, algún día tú también me quieres buscar, y encontrarnos los dos queriéndonos
sin más.
sábado, 4 de marzo de 2017
vive
Puedo contarte historias muy tristes como por ejemplo la de
aquella niña problemática a la que le tacharon de no tener carácter, y como
consecuencia, se forjó una personalidad demasiado fuerte, demasiado complicada
para aceptar la normalidad como modo de vida. O aquella de la adolescente que
perdió su virginidad con un niñato que se creía tan adulto como para darle un
cabezazo por no saber dónde había estado,y como consecuencia, la adolescente
dejó de creer en el amor. Es más, conozco otra, la de una joven que al volver a
casa, estando en su portal, un extraño le bajó los pantalones y la empezó a
tocar. Ella no llevaba falda, ni larga ni corta, sino pantalones y era ya de
día. Y como consecuencia, la joven se dio cuenta de que las cosas más terribles le pueden
pasar a cualquiera cuando menos se lo espera. Incluso podría contarte esa que
ya conoces, la de la mujer que trabajaba moldeando palabras y luego no las
decía nunca, y como consecuencia, ella aprendió que si no eres valiente cuando debes
serlo, pierdes más que si lo hubieras sido.
Son historias tristes, que le pueden pasar a cualquiera,
puedes verlas escritas en un cuento, pero no olvides que también pueden ser
reales. Intenta aprender de ellas, intenta que no te pasen, pero si, Dios no lo
quiera, suceden, recuerda a la niña que salió adelante, a la adolescente que
años más tarde encontró el amor, a la joven que no perdió la sonrisa ni las
ganas de seguir viviendo o a la mujer que se hizo valiente. Trata de hallar
siempre una forma de salir de tus problemas, intenta aprender algo nuevo cada
día, y si de verdad quieres conseguir algo, lucha con todas tus fuerzas y lo
acabarás logrando. La vida puede verse muy negra en algunos momentos, como si
la luz se hubiese apagado y el camino se hubiera borrado, párate un segundo si
quieres, o los que hagan falta, inspira hondo, y continúa, porque tarde o
temprano, siempre sale el sol. Y si no lo ves, sé tú el sol de este mundo, y
brilla. Brilla fuerte y brilla alto porque con sus más y con sus menos, la vida
es maravillosa, y al final el dolor se irá. Enseña con orgullo las cicatrices
que te han hecho más fuerte, más sabia, más viva. Y nunca dejes de creer que
puedes conseguirlo, que estas historias que te cuento, no te desanimen. Son
historias tristes sí, pero de una vida que merece ser vivida, de una persona
que aprendió a seguir siempre hacia delante, combatiendo sus miedos, las
adversidades y el dolor con fuerza, con garra y con ilusión. Es la historia de
una persona normal de carne y hueso, como tú, que ha entendido que la vida, hay
que vivirla al 100% todos y cada uno de los días, porque no sabemos dónde
estaremos mañana y el placer que se siente al sonreír y ser feliz es más grande
que ninguna historia que haya podido ocurrir.
Puedo contarte historias muy tristes que no creerías que son
verdad, pero lo son. Lo que pretendo decirte es que no debes tener miedo a caer, a decir lo que piensas o a ser
quien eres. Pero sobre todo,
no tengas miedo de vivir
miércoles, 1 de marzo de 2017
...
Ella inspira suave la última calada de su cigarro, retardando todo lo posible el momento de apagarlo. No se da cuenta de que él no vendrá; que ya ha pasado, que no volverá. Mira su cajetilla vacía y se da cuenta de que si ese dolor no la mata, el tabaco lo hará y los cientos de cigarros que se fuma esperando.
Ella sale fuera y la lluvia comienza a calar pero no siente frío. Solo puede sentir el dolor de cada gota golpeando contra su corazón, rompiéndolo en mil pedazos y tirando los fragmentos a un pozo que parece no tener final,
Ella se esconde luego en su refugio y crea historias, posibles excusas. Empezó contando semanas, luego los días, después las horas y por último hasta los minutos para verlo. Aguardó tanto que incluso ahora sigue haciéndolo con la sonrisa puesta aunque la mirada triste porque lo que el corazón no entiende, la mente ya lo había comprendido desde el principio.
Y así, cada historia que la llevaba a alcanzar un sueño placentero, hoy la desvela como una pesadilla que se repite durante toda la noche. Antes las horas parecían minutos, ahora los minutos son horas enteras. Los planes son estratagemas. El vino dulce se ha vuelto amargo. La comida fría sobre la mesa. Una silla vacía en la cocina.
En el fondo, ella sabe qué debe hacer, pero aceptarlo le duele más que seguir esperando. Y mientras trata de asumirlo como puede, con lágrimas en los ojos, el corazón encogido y miles de sueños en la papelera de enfrente, abre otra cajetilla y saca un nuevo cigarro. Entonces, de forma irónica, la misma ironía que en parte la ha llevado a estar así, se pregunta:
Ella sale fuera y la lluvia comienza a calar pero no siente frío. Solo puede sentir el dolor de cada gota golpeando contra su corazón, rompiéndolo en mil pedazos y tirando los fragmentos a un pozo que parece no tener final,
Ella se esconde luego en su refugio y crea historias, posibles excusas. Empezó contando semanas, luego los días, después las horas y por último hasta los minutos para verlo. Aguardó tanto que incluso ahora sigue haciéndolo con la sonrisa puesta aunque la mirada triste porque lo que el corazón no entiende, la mente ya lo había comprendido desde el principio.
Y así, cada historia que la llevaba a alcanzar un sueño placentero, hoy la desvela como una pesadilla que se repite durante toda la noche. Antes las horas parecían minutos, ahora los minutos son horas enteras. Los planes son estratagemas. El vino dulce se ha vuelto amargo. La comida fría sobre la mesa. Una silla vacía en la cocina.
En el fondo, ella sabe qué debe hacer, pero aceptarlo le duele más que seguir esperando. Y mientras trata de asumirlo como puede, con lágrimas en los ojos, el corazón encogido y miles de sueños en la papelera de enfrente, abre otra cajetilla y saca un nuevo cigarro. Entonces, de forma irónica, la misma ironía que en parte la ha llevado a estar así, se pregunta:
¿quién fue el listo que dijo que de amor no se muere?
domingo, 12 de febrero de 2017
Despedida
Aún puede olerse los restos de su perfume bajo las sábanas
que compartimos durmiendo juntos a miles de kilómetros el uno del otro. Todavía
está su vaso a medio beber sobre la mesa, un vaso del que ambos bebimos, que
un día estuvo medio lleno, hoy solo medio vacío. Tan solo quedan aquí las cosas
que él no quiso llevarse consigo, todavía sigo aquí en el mismo sitio. Contándome
una historia diferente cada noche para dormir, gritando en el silencio de la
noche su nombre para oírlo venir. Un aullido que no suena, una súplica que
no llega.
Aún busco entre estas cuatro paredes los restos del ayer que
compartimos sin mañana, pero ya no encuentro nada. El vacío que deja en el que
se queda aquel que se marcha.
Si cierro los ojos, veo su mirada inescrutable mirarme, escucho
su respiración durmiendo, los ecos del ruido riendo, su pregunta rápida, todos
mis miedos. Busco en el sofá la ropa desordenada, pero todo está recogido. Tan
solo estoy yo hecha un lío. Guardo en la cama su lado, que antes era el mío,
sabiendo que no volverá, pero ocuparlo sería admitir que ya no está. Poco a
poco entiendo qué significa la palabra soledad. Y cuando más entiendo su concepto
más me quiebro por dentro. Siento que me estoy cayendo.
Aún busco en estas cuatro paredes las suyas, su cama, sus
caricias, los besos que compartimos en otro sitio, en otro momento, en lo que
ya parece otra vida. La vida que se rompe a cada instante que no lo encuentro.
Qué larga fue la espera, qué corto es el tiempo. Qué maldito
dolor este que siento por no haber sabido pararme a tiempo. Incluso sabiendo lo
que ya sabía, que no se podía. Y ni siquiera enterrar este sentimiento puedo,
porque me duele demasiado para taparlo con remiendos. Qué pobre ilusa, qué
tonta, creyéndome mis cuentos. Y tras este grito, solo viene el silencio. El
silencio que tu ausencia me grita, el silencio de tantas lágrimas contenidas.
Pero ahora, como esos ríos desbordados que veíamos, llega una fuerte embestida.
La realidad que rompe la rivera de la fantasía. El dolor que anega la felicidad
marchita. La ilusión que se ha quedado perdida. La soledad que invade y se
instala en mi vida, haciendo esta habitación un poco más fría.
Y aún te busco entre estas cuatro paredes, un gesto, una
carta, un regalo. Y al buscar solo encuentro los restos de todo lo que te di en
vano, esperando no recibir nada a cambio, creyendo cada día que lo podía seguir
intentando.
Y a pesar de que siempre supe que te irías, cada noche me
mentía. Así el dolor de tu distancia desaparecía. Pero ahora, me consume esta
herida, pena del alma, dolor de una vida. La que a expensas de todo y todos,
creí que podía ser mía. En silencio te quería a escondidas, en alto tan solo te veía y sonreía. Y ahora, en este rincón de la habitación, sentada sobre el sillón, lloro
todo este dolor, al verte marchar sin preocupación, sin siquiera decirnos adiós, mirando
alrededor, buscando todavía los restos de un amor que en ti nunca surgió.
viernes, 6 de enero de 2017
Silencio
El problema no fue haberte conocido, ni siquiera haberte
dejado entrar; el problema fue haber hecho que llegaras demasiado dentro sin
que tú supieras dónde estabas. Ese fue mi problema, construir un castillo de naipes sobre tierras movedizas y
tratar de vivir en él. Al final, como siempre y como todo, se derrumbó. Pero ni
siquiera ese fue el mayor problema porque incluso antes de que ocurriera, ya
sabía que pasaría. Conocía, en parte, los peligros de verme tan expuesta cuando
todavía no estaba preparada y ahora, me doy cuenta de que el problema fue tener
el corazón hecho pedazos antes incluso antes de estar roto. Conocer con
seguridad la fatídica caída, y seguir la senda como si nada fuera a ocurrir.
Imaginar cada día qué podría ocurrir, contarme un cuento sobre ti cada noche
para irme a dormir. Esperar. Esperar a que volvieras para ver que nada había
cambiado. Tú seguías siendo tú. Y yo seguía siendo yo. El aceite y el agua no
se mezclan, pero nunca fui muy buena en química, ya ves. La de estudiar al
menos. La otra, la que compartíamos los dos, esa sí se nos daba bien. El
problema fue confundirla con todo lo demás, involucrar al corazón, intentar
llamar a la atracción, amor. Confundir conceptos. No es lo mismo tú y yo, que
nosotros. No es lo mismo quedarse un tiempo, que hacerlo siempre. Ese es el
problema, rellenar los vacíos, que no los huecos. Porque lo que dejas son
vacíos, vacíos de palabras, de momentos, de sueños, de sentimientos. Al final,
en eso radica todo, en que yo me lancé demasiado rápido a sentir, y tú vives a
otro ritmo. Escuchamos sintonías diferentes. Somos como dos intervalos
armónicos, sonamos bien un momento, pero a larga, no dejamos de ser dos notas
diferentes. Y al final, las diferencias se convirtieron en esto, un aquí te
espero por mi parte, y un solo necesito donde quedarme por la tuya. En fin, que
el problema es que vienes y te vas y yo, me quedo. Me quedo aquí, como siempre,
con el corazón en un puño, un agujero en el pecho, una lágrima en el alma y un
sueño roto más. Nihil novum sub solem, toca, de nuevo, volver a empezar. Y ese,
es otro de los problemas, que cada vez más a menudo me caigo y me levanto, y
cada vez cuesta más hacerlo. Que no aprendo, que no cambio. Que siempre me
equivoco, que siempre pierdo. Y es que el problema no es haberte perdido, fue no
haberte encontrado del todo, o no haberlo hecho
a tiempo. Y ahora, ese mismo tiempo se nos ha echado encima, tú te
marchas, y yo, aquí te espero. Aunque sé de sobra que ni vas a volver, ni vas a
saberlo. Porque al final es eso, que no te lo he dicho, y tú tampoco lo dirás. Eso es. Silencio.
martes, 25 de octubre de 2016
Tiempo
Sentir la brisa del mar sobre la piel, el olor a café recién
hecho desde las terrazas de la calle, el sonido de la gente murmurando,
paseando sin conocer tu existencia. Descubrir que las hojas de los árboles ya
han teñido su color, que el verde ha pasado al amarillo y del amarillo al
marrón. Ver que ya se empiezan a caer; que el alba trae consigo el frío, aunque
aún se conserve el calor en la parte media del día. Oír el bullicio de un
recreo abarrotado de niños, aquel bebé que llora y aquella señora que le cuenta
a su marido qué le ha pasado a su vecino. Caminar las mismas calles de siempre,
y sin embargo, sentirte diferente. Nadie se da cuenta de ese cambio que se ha
producido en estas semanas. Este es tu último día aquí.
Te escondes entre la gente, y lloras por dentro, y por
primera vez, también por fuera. Lloras de emoción, de nervios, de felicidad, de
miedo. Lloras de melancolía y de ilusión. Lloras porque eres valiente, y te das
cuenta de que, a pesar de lo que siempre has pensado, llorar no es ser cobarde.
Llorar es aceptar que algo ha tocado tu corazón, llorar es abrirte al mundo de
la forma más natural y sencilla.
Desde hace días, todo ha cobrado un sentido nuevo. La última
cena con…, la última noche al lado de…, el último café en… y yo, que soy una
persona que siempre ha dado especial importancia a esas cosas, en cada
"último" llora y siente nostalgia. Nostalgia por todo el tiempo que
ya ha pasado, nostalgia por aquellos tiempos en los que la vida se basaba
simplemente en crear sueños y te decían que los siguieses. Nostalgia porque
entonces no pensabas que tus sueños significasen renunciar a otras cosas tan
importantes como los mismos sueños. Nostalgia porque a veces, echo de menos ser
pequeña y volver a sentirme protegida, sin tener que combatir el mundo cada
día.
Hoy es mi último día en casa. No sé cuándo voy a volver, no
sé quién seré cuando regrese. No sé si me irá bien, si encontraré un lugar en
el que me sienta a gusto, no sé si lograré mis sueños ni si sufriré mucho. Solo
sé, que ahora mismo solo brotan en mi mente todos esos años entre estas
paredes. Los domingos de juegos en familia, los viernes con Inma, las películas
del videoclub. Las nocheviejas todos juntos, y los karaokes de Nochebuena.
Todos los cuidados, mimos, abrazos, besos, risas, enfados e incluso lágrimas
que guarda cada rincón de la casa. Aquí fue donde cogí un boli por primera vez
para escribir y desinhibirme, aquí fui inmensamente feliz cada día, aquí me dejaron
ser simplemente yo, me enseñaron a seguir los sueños y me dieron alas para
volar a conseguirlos.
Miro las estanterías de mi habitación que guardan todos mis
éxitos y pienso si este viaje también lo será. Miro los trofeos que con tanto
esfuerzo fui consiguiendo y sé que se los debo a ellos, a mi familia y amigos
que me han animado y apoyado en cada paso.
Escucho a los vecinos
riñendo por última vez, la comida en la pota, los niños gritando en el salón.
Qué jóvenes para entender qué irónica es la vida. Tantos años diciendo que
quiero irme, y ahora, que ya me voy no dejo de preguntarme si esto es realmente
lo que quiero.
Esta es la última vez que me siento aquí por el momento y no
dejo de pensar en el tiempo. Mi gran enemigo. Mi mayor miedo. A veces mi
aliado. Mi maestro. Para los que me conocen, mi gran calvario. Un problema.
Tiempo. Lo que hoy nos separa. Lo que mañana nos unirá de nuevo.
Tiempo.
Siempre el mismo, y nunca igual.
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