Secciones

domingo, 13 de diciembre de 2015

Cuando lo veo

Cuando le veo, tengo esa extraña sensación de que todo alrededor se desvanece y en la sala volvemos a estar de nuevo él y yo solos. Como si el tiempo se hubiese detenido hace tiempo, pero sin embargo nosotros hubiéramos emprendido rumbos diferentes que acaban por converger en el mismo punto, en el mismo momento en el que nos vimos por última vez. Es una sensación que me invita acercarme y charlar de forma vana para perderme en esa mirada una vez más y sin pronunciar una palabra, decirlo todo. Sé que después de tanto tiempo, él seguirá entiendo ese lenguaje que creamos entre nosotros.

Cuando lo veo, todo viene a mi mente. Su manera de caminar, la cadencia a veces pausada, a veces atropellada de su habla. Las bromas malas, las miradas cómplices llenas de historias y secretos. Su mano sobre la mía. Las innumerables horas que nos pasamos riendo por cualquier cosa. Los abrazos. Las sorpresas. Los besos. Cada recuerdo me recorre el cuerpo produciendo escalofríos que me cuentan cuánto fue que nos quisimos. Cuánto empeño le pusimos, una, dos y hasta tres veces sin que nunca pudiéramos lograrlo.

Qué curioso y caprichoso es el amor. Cómo en un instante estás flotando en una nube, lleno de ilusiones y sueños, lleno de esperanza y proyectos. Y de repente, como cambia el viento, el amor se rompe, la llama se apaga y solo arden las cenizas de una hoguera que destroza todo lo bueno que una vez hubo. Y sin embargo, si el amor fue próspero, te deja con esa sensación de haber perdido un miembro de tu cuerpo, una herida eterna que te dolerá siempre. Te quedas vacío pensando qué fue lo que pasó o cómo pudo ocurrir. Dónde estuvo el error y si alguna vez habrá una solución, un remedio que calme esa punzada del corazón al encontrar su mirada entre tanta multitud. Disfrutamos un instante, nos separamos rápido y sin embargo el recuerdo permanece eterno.

Qué frágil es el amor. Con qué facilidad se rompe un corazón y cuántos años lleva reconstruir las piezas para tan solo formar una copia imperfecta de lo que una vez fue. Qué difícil es encontrar a una persona y qué sencillo echarlo todo a perder. Como una planta a la que le echas mucha agua se puede ahogar, el amor puede abrumar. Pero si no la riegas, también se puede morir. Del mismo modo, el amor se acaba cuando no lo cuidas, cuando no lo respetas, lo valoras o lo mimas. Cómo medir la cantidad proporcional, cómo hallar la receta exacta…. Solo la vida te lo dirá, ese plato es como la cocina de la abuela, a ojo, y probando, se obtiene el mejor resultado.

Cuando lo veo, se crea una atmósfera que me atrae hacia su entorno, incluso sin movernos del sitio, incluso sin estar cerca. Y aunque a veces echaría a correr y volvería a sus brazos, sé que ese capítulo quedó atrás hace tiempo, con todas sus secuelas, sus tormentos, sus grandes momentos y los bonitos recuerdos. Sé que son solo sensaciones mías, destellos de ese pasado al que de vez en cuando volvería para evitar el inexorable paso del tiempo. Pero ahora, pese a ser los mismos, ya no somos aquellos que solíamos ser. Y entender eso, que siempre serás recuerdo constante, me hace pensar dos cosas.
La primera, que siempre, de alguna forma, formarás parte de la historia de mi vida, ayer, hoy y mañana. Que ese amor, transformado, permanecerá intacto en el lugar que he creado para ti.
La segunda, que he de dejarte ir completamente. Apoyar desde el silencio y la felicidad el que aparezca la siguiente persona que te haga volar, sonreír y ser feliz como yo no pude. Alguien que valore de verdad quién y cómo eres y no te haga sufrir.
Aunque la próxima vez que te vea, vuelva a sentir esa atmósfera envolvente, sé que habrá alguien a tu lado, diciéndote con la mirada que te quiere y que tú entenderás ese idioma sin palabras, y en la misma mirada, le dirás que tú también.


Y tú y yo tan solo seremos un vago recuerdo de una hoja caduca en el frío suelo de una mañana de otoño.  


No hay comentarios:

Publicar un comentario