Tal vez quisimos demasiado rápido y el amor se agotó en
seguida. Quizá fuimos demasiado lentos en tomar la decisión de separarnos y el
amor, que tan rápido quema todo a su paso como hace sentir frío al témpano más
gélido, nos encontró a los dos desnudos en una cama llena de puñales de hielo.
Tal vez nos prometimos el cielo y nuestro avión ya tuvo problemas desde el
despegue. Jamás encontramos la velocidad de crucero en la que disfrutar del
paisaje. Demasiado lento al principio, demasiado rápido al terminar. Yo no te
encontraba los primeros meses, y te dejé de buscar al final. Quizás esperamos
demasiado, y eso fue nuestro problema, esperar durante tanto tiempo a que todo
cambiara.
Unos días tanto amor, bromas y risas, otros días tanto
silencio, vacío y miedo. Nunca encontramos uniformidad, a trancas y barrancas,
a saltos y corriendo, no supimos cómo avanzar jamás, si de la mano, uno al lado
del otro o si por separado sería mejor. Nos mirábamos sin vernos en realidad.
Tú veías a alguien que yo no era, que nunca fui, ni seré, y yo veía todo lo que
no eras pero deseaba que fueras. Nos decíamos las mismas cosas una y otra vez,
las palabras acabaron estando en modo predeterminado y las conversaciones se
repetían una y otra vez como en aquella película que dijimos que íbamos a ver y
nunca vimos, aquella en la que cada día se repetía lo mismo día sí y día
también. Así éramos tú y yo. Siempre iguales, siempre con promesas, con sueños
que al final, nunca llegaban. Y eso que vivo de sueños, pero al final, me
ahogué en ellos y en esa corriente de miedo, dudas y desesperación te llevé conmigo.
Tú no pudiste salvarme, y yo no quise hacerlo.
A veces los sentimientos cambian, los sueños se desvanecen y
los caminos se separan. Luché lo que pude, y tal vez debí intentarlo más, pero
no quería. Me sentía como esa ave que capturan y en una jaula no puede abrir
sus alas y reanudar el vuelo. Sentía que estaba perdiendo mi identidad en un
nosotros que no me definía. Las decisiones de dos, los viajes de dos, las casas
para dos, las cenas, las fiestas. Tú habías sido mi complemento ideal las
pasadas temporadas, y sin embargo, ahora sentía que los dos estábamos pasados
de moda. Como esa película que ves una y otra vez y con los años, te acabas
aburriendo de ella porque ya sabes lo que va a pasar. No quería estar aburrida
de ti, y sin embargo estaba harta de mí, de ese sentimiento que no te merecías.
Tal vez nos aferramos demasiado a ese sueño que acabó por
convertirse en pesadilla. Las sonrisas se volvieron decepciones, las ilusiones
en temores. Cada vez quería verte menos y a más distancia. Las noches bajo las
sábanas se volvieron camas separadas, cuartos distintos, casas diferentes. No
supimos verlo a tiempo o quizás, no quisimos pararlo en su momento. Pero toda
aquella pasión se volvió un bonito recuerdo para los dos. Aquellos jóvenes
alocados que lo intentaron todo, se perdieron en la vida que una vez soñaron.
La llama se había apagado hacía ya tiempo y en aquella oscuridad nos dimos de
bruces con la realidad más clara, echamos la culpa al otro y olvidamos todo lo
que dejábamos a nuestras espaldas. Yo estaba cansada de tener que dejar los
sueños para luego, tú estabas cansado de tener que soñar demasiado cada día. Y
así fue como los dos, sin saber muy bien cómo, pasamos de amarnos tanto a no
saber tratarnos.
El amor que quema se desvanece rápidamente si no lo sabes
cuidar, la llama que arde con fuerza, también se puede apagar.
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