Si cierro los ojos aún puedo escuchar tu voz aguda, tu risa
contagiosa y tus mentiras piadosas. Si cierro los ojos aún puede verte
caminando por la calle, en una terraza sentada o revolviendo todo un
supermercado. Pero solo me queda eso: verte si cierro los ojos aunque te siga
sintiendo cuando los tengo bien abiertos. Sin embargo, hace ya varios años que
te has ido… años con sus momentos buenos y sus pequeñas tragedias, meses que
han aumentado el tiempo que llevábamos alejadas, semanas de lágrimas y sonrisas
a medias al recordarte. Días, todos ellos con un vacío que no se llenará jamás.
Qué difícil es vivir contigo tan lejos, es como si la magia de la vida hubiese
desaparecido en parte…
Desde bien pequeña empezamos a tejer un hilo, fino y casi
invisible entre las dos. Muchos de mis mejores recuerdos llevan grabados tu
nombre. Y aunque la parca quiso llevarte antes de lo previsto, sin apenas
tiempo a decir adiós, yo sigo extendiendo ese hilo que nos unirá a través de la
distancia en cada momento. Porque no he conseguido desprenderme ni de tu
recuerdo, ni de tu ilusión. No quiero aprender a vivir sin ti. He decidido
escoger este camino, el de recordarte cada día y vivir por las dos. Intentar
ser tu legado aquí en la Tierra mientras tu preparas nuestra próxima cita donde
sea. Nuestro hilo es un vínculo entre estos dos mundos que nos separan, o al
menos eso me suelo decir para no pensar que te he perdido para siempre y ya
nunca volveré a verte reír, hablar o protestar por el poco chocolate que hay en
esas tortitas.
Pero a pesar de ese puente celestial para vivir unidas pese
a todo, a veces me gustaría dar marcha atrás al reloj y poder disfrutar de ti
de nuevo. Visitarte más. Decirte más veces lo mucho que te quiero. Decirte que
ojalá no me faltases nunca, porque duele. Duele cada día y cada hora que no te
veo, que te pierdo y que me alejo. Me gustaría volver al último día que te vi
con vida y consciente y darte un abrazo que dure eternamente, entregarte en él
mi fuerza y mi energía para prorrogar el momento de decirte adiós. Volver a
mirarte a los ojos y guardar esa mirada para siempre. Hice todo lo que pude.
Recé como nunca había hecho (sí, recé por ti), llevé tu carta, esa que me
escribiste a los 18 y fue el mejor regalo que he recibido nunca; llevé esa
carta todo el tiempo durante 21 días, dormí con ella, la abracé cada noche, no
la perdí de vista ni un segundo, tus palabras habían sido mi fuerza muchas
veces, quería que también fueran la tuya y quizás así lograría que te quedases conmigo.
Pero no, contra la naturaleza no podemos jugar… y el tiempo no nos dejó
escribir más capítulos ni acumular más recuerdos…. Dios… no sabes lo que te
echo de menos güelita… mi alma tiene una herida abierta que no para de sangrar
desde hace casi cinco años…
Si cierro los ojos aún puedo verte celebrando mi cumpleaños,
gritando en la terraza de tu casa durante tu última cabalgata (que
afortunadamente, sin saberlo, compartimos). Si cierro los ojos puedo verte
sonriendo, hablando...viviendo...
pero solo me queda eso, si cierro los ojos, tu recuerdo.
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