Quizás tú fuiste la fuerza necesaria para levantarme tras
aquella dura caída. Cuando nos conocimos, yo apenas era una sombra de lo que
había sido. Estaba débil, estaba triste, estaba desalmada porque la vida me lo
había arrebatado todo. De un plumazo mi familia se había ido, los amigos que
creía tener demostraron no merecer dicho calificativo y hasta del trabajo me
habían echado. No tenía nada por lo que vivir, no tenía nada por lo que seguir.
Una estrella apagada poco a poco, una mujer venida a menos. Y sin embargo,
entre tanto gentío apareciste tú. Un galán como pocos, una persona generosa y
buena. Tenías por dentro una luz tan grande que me la irradiaste a mí también. Así
fue como te convertiste en mi mejor amigo, mi alma gemela, mi gran amor.
Pero amigo, ahora lo veo perfectamente. El tiempo permite
ver cosas que nuestros ojos no alcanzan a contemplar. Y tú no eras quien decías
ser. Ni siquiera eres la sombra de ese que pretendías mostrar. Porque al final,
cuando los focos se apagan y el telón se baja, el personaje desaparece y el
actor, es lo que queda. Una persona de carne y hueso, alguien real hecho de actos
y no de vanas promesas y nimias palabras. Me jurabas un imperio de naipes que
el primer azote de viento derrumbó. Con la perspectiva de los días a tu lado,
de los años que he pasado esperando sin darme cuenta, no hago más que
preguntarme ¿cómo pude creerte aquel día que llegaste cual príncipe salvando a
su princesa? Entonces ya debería haberlo sabido que lo único que pretendías era
aprovecharte de una mente atormentada por las desgracias, un cuerpo ajado por
las tristezas… una pobre mujer, sin nada más que perder.
Sin embargo, aún más grave es haberte permitido hacerlo más
de una vez. Entendía que miraras el teléfono por lo menos una vez a la semana.
No creía que ese pequeño acto enmascarara nada más allá. Los humanos somos curiosos
y aunque siempre pensé que éramos nosotras las cotillas, sabía que solo era un cliché.
No negaré que me extrañé cuando me pediste que te avisara cada vez que entrara
a trabajar o llegara a casa. Pero lo cierto es que en aquel momento pensé: “
qué preocupado está por mí, que teme que me pase algo”… y efectivamente, temías
que me pasara cualquier cosa, desde un atraco a un saludo a un antiguo
conocido. Literalmente tenías miedo que me fuera corriendo con cualquier
persona. Esa paranoia fue creciendo cada vez más, tu actitud se volvió hostil,
ya no quedaba rastro de aquella persona dulce, preocupada en exceso por mí,
pero buena al fin y al cabo.
Podría decirse que el detonante fue el día que después del
trabajo fui a ver a una amiga que había venido de visita desde muy lejos. El
teléfono se había quedado sin batería y no tenía manera de avisarte. Pero como
solo iba a ser un café rápido, creí que no pasaría nada. Llegué a casa media
hora más tarde de lo habitual, y me extrañó que tú ya estuvieras. Era
miércoles, y los miércoles era el día de chicos: unas cervezas después del
trabajo, una partida a las cartas y solías regresar a media noche. Pero ese
miércoles ya estabas dentro, y a mí me
esperaba una sorpresa… al entrar, te abalanzaste sobre mí como una fiera sobre
su presa. De dos puñetazos me tiraste al suelo y comenzaron las patadas... lo
cierto es que no llegué a acabar de contarlas, porque antes de que tú acabaras
yo ya estaba inconsciente. Cuando por fin desperté, un par de horas más tarde,
apenas podía recordar nada de lo ocurrido.
Fue en ese momento cuando me di cuenta de lo que equivocada
que había estado hasta entonces, de lo engañada que me tenías y lo estúpida que
había sido. No eras un héroe al rescate, eras un abusador aprovechado. Un
cobarde inseguro que necesitaba tenerlo todo bajo control. Pero las personas no
somos mercancía que controlar si llega o
no a su destino. Quise huir esa noche, pero tú tampoco podías dormir. Demasiado
excitación, habíamos abierto, sin querer, la caja de pandora. En ese juego del
matón y la víctima habías descubierto un nuevo hobby… los días pasaban, la baja
laboral se convirtió en despido y mis opciones se acababan para salir de ese
hondo abismo que me había cavado.
Al final un día que te habías ido a trabajar, encontré la
fuerza necesaria para armarme de valor y correr lo más deprisa que pude hasta
la comisaría más cercana. En cuanto llegué me derrumbé. Los policías me dejaron
descansar en una estancia antes de tomarme declaración y proceder con la
denuncia. Y aunque me dijeron que no sería fácil capturarte puesto que
seguramente estarías huido, yo nunca perdí la esperanza de que te encontrarían,
en cualquier lugar del mundo, en cualquier momento del día, no descansaría
hasta verte preso y sufriendo todo lo que me has hecho sufrir tú.
Et voilà, te envío esta carta a tu celda, deseándote un
larga y feliz estancia en esa mazmorra, sé que la vida no es muy fácil para los
violadores de tu calaña. Solo espero que sientas cada puñetazo que me diste, cada
patada, cada codazo, y que aprendas a valorar a una mujer como lo que es, un
ser humano como cualquier hombre.
Ni más, ni menos.