¿Dónde se fueron todas esas risas que prometimos seguir
manteniendo? ¿Dónde se quedaron aquellos sueños que decoraban las paredes de
nuestra vida en aquella sala de espera que pensamos que era la adolescencia?
¿Dónde se escondieron las ilusiones y los retos, las sorpresas y los nervios,
las ganas y los desafíos? ¿Qué me hizo cambiar, alejarme u olvidarme de tantas
promesas como hicimos? ¿Dónde te encuentro ahora entre tantos recuerdos? ¿Por
qué aún te siento aquí bajo mi pecho como si nunca te hubieras ido, si ni
siquiera te encuentro en mis adentros? ¿Por qué estás latente en mi vida, si yo
de la tuya hace tiempo que desaparecí? ¿Por qué? ¿Por qué hieres en silencio
hasta que el dolor no aguanta y se expande a todo el cuerpo?
A veces me pregunto si hice bien en alejarme, en querer
tanto en poco tiempo y no incluirte dentro de la ecuación. A veces me pregunto
si este recuerdo constante que nunca me abandona es el precio que he de pagar
por romper algo inquebrantable como nuestro amor. A veces, a veces me tumbo en
la cama de noche y con las luces apagadas te imagino sonriendo frente a mí,
como si nada hubiese ocurrido, diciéndome que me quieres, confesándote que aún
te amo. No sé, quizás sea simplemente que me gusta contar historias para
dormir, y tú eres una de mis favoritas. Pero lo cierto es que cuando menos se
te espera, apareces por mi mente y durante unos días todos mis cimientos se
resienten. Pero cada vez que eso ocurre se me vienen a la cabeza las mismas
preguntas: ¿qué pasaría si me dejara llevar por esa fuerza que me atrae hacia
ti? ¿No ha sido suficiente haberte hecho sufrir no una ni dos sino hasta tres
veces? ¿Es esta otra de esas llamadas pruebas de fe que asaltan en nuestros
caminos para hacernos más fuertes y guiar nuestros pasos en el sentido
adecuado? Tú y yo somos una piedra constante en el camino del otro. Hemos
chocado por casualidad, a propósito, sin querer, sin pensar y sin poder hacerlo
tantas veces que he perdido la cuenta. Has dejado de ser una piedra en el
camino para ser un bache en la carretera.
En esos días en los que todavía te extraño pese al tiempo
que hemos pasado separados, recuerdo las razones por las que decidimos que no
debíamos seguir compartiendo sueños, cama ni recorrido. Me sentía perdida,
falta de muchas cosas. Había conocido un país de libertad y oportunidades y
solo quería regresar a él lo antes posible. En mi corazón había dejado de haber
espacio para dos. Y hoy que se me ha venido a la cabeza todo eso, me doy cuenta
de que aunque ya hayan pasado tantos años, sigo en el mismo punto. Intentando
arrancar el motor para salir a cumplir los sueños que guardo en el maletero,
sigo perdida, navegando a la deriva entre el mundo real y el imaginario para
ubicar mi lugar y sigo sintiéndome falta de muchas cosas.
Sin embargo, he conseguido entender algo en este tiempo
alejada de ti, y es que creo que a veces más que a ti, he amado al recuerdo que
tengo de nosotros, a esas dos personas del pasado, no a los tú y yo del
presente. Y eso… eso es algo que me pasa frecuentemente. Tengo esa estúpida
manía de enamorarme en un segundo de una historia, de un recuerdo, de un
momento efímero que permanecerá eterno en mi mente. Lo moldeo a mi antojo y
cuanto más trabajo en él, más me enamoro. De las personas, que cambian, que evolucionan,
que no permanecen nunca fijas… de las personas me cuesta mucho enamorarme.
Tanto que la mayor parte de las veces me canso de esperar a saber si será amor
o solo amistad; y si me llego a enamorar, me desilusiono fácilmente porque he
dibujado a esa persona en un cuadro perfecto y le he escrito una historia alrededor.
Por eso cuando llega la realidad y nada es como yo lo había descrito de
antemano, lo que veo ante mis ojos no me gusta tanto como lo que ya había visto
con mi alma antes.
Me gusta dormir contigo porque te pinto y describo a mi
antojo, porque eres mi fantasía, mi historia perfecta, mi cuento infinito para
dormir. Aunque sé que a la mañana siguiente, voy a tener tu recuerdo en la
cabeza, haciéndome preguntas que no quiero responder, no porque no quiera admitir
que no sé enamorarme, sino porque quizá no quiera admitir que en realidad no lo
he hecho nunca.
La línea que separa lo real de lo imaginario es un hilo muy
fino que jamás se puede romper.
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