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miércoles, 16 de marzo de 2016

Tu recuerdo

¿Dónde se fueron todas esas risas que prometimos seguir manteniendo? ¿Dónde se quedaron aquellos sueños que decoraban las paredes de nuestra vida en aquella sala de espera que pensamos que era la adolescencia? ¿Dónde se escondieron las ilusiones y los retos, las sorpresas y los nervios, las ganas y los desafíos? ¿Qué me hizo cambiar, alejarme u olvidarme de tantas promesas como hicimos? ¿Dónde te encuentro ahora entre tantos recuerdos? ¿Por qué aún te siento aquí bajo mi pecho como si nunca te hubieras ido, si ni siquiera te encuentro en mis adentros? ¿Por qué estás latente en mi vida, si yo de la tuya hace tiempo que desaparecí? ¿Por qué? ¿Por qué hieres en silencio hasta que el dolor no aguanta y se expande a todo el cuerpo?
A veces me pregunto si hice bien en alejarme, en querer tanto en poco tiempo y no incluirte dentro de la ecuación. A veces me pregunto si este recuerdo constante que nunca me abandona es el precio que he de pagar por romper algo inquebrantable como nuestro amor. A veces, a veces me tumbo en la cama de noche y con las luces apagadas te imagino sonriendo frente a mí, como si nada hubiese ocurrido, diciéndome que me quieres, confesándote que aún te amo. No sé, quizás sea simplemente que me gusta contar historias para dormir, y tú eres una de mis favoritas. Pero lo cierto es que cuando menos se te espera, apareces por mi mente y durante unos días todos mis cimientos se resienten. Pero cada vez que eso ocurre se me vienen a la cabeza las mismas preguntas: ¿qué pasaría si me dejara llevar por esa fuerza que me atrae hacia ti? ¿No ha sido suficiente haberte hecho sufrir no una ni dos sino hasta tres veces? ¿Es esta otra de esas llamadas pruebas de fe que asaltan en nuestros caminos para hacernos más fuertes y guiar nuestros pasos en el sentido adecuado? Tú y yo somos una piedra constante en el camino del otro. Hemos chocado por casualidad, a propósito, sin querer, sin pensar y sin poder hacerlo tantas veces que he perdido la cuenta. Has dejado de ser una piedra en el camino para ser un bache en la carretera.
En esos días en los que todavía te extraño pese al tiempo que hemos pasado separados, recuerdo las razones por las que decidimos que no debíamos seguir compartiendo sueños, cama ni recorrido. Me sentía perdida, falta de muchas cosas. Había conocido un país de libertad y oportunidades y solo quería regresar a él lo antes posible. En mi corazón había dejado de haber espacio para dos. Y hoy que se me ha venido a la cabeza todo eso, me doy cuenta de que aunque ya hayan pasado tantos años, sigo en el mismo punto. Intentando arrancar el motor para salir a cumplir los sueños que guardo en el maletero, sigo perdida, navegando a la deriva entre el mundo real y el imaginario para ubicar mi lugar y sigo sintiéndome falta de muchas cosas.
Sin embargo, he conseguido entender algo en este tiempo alejada de ti, y es que creo que a veces más que a ti, he amado al recuerdo que tengo de nosotros, a esas dos personas del pasado, no a los tú y yo del presente. Y eso… eso es algo que me pasa frecuentemente. Tengo esa estúpida manía de enamorarme en un segundo de una historia, de un recuerdo, de un momento efímero que permanecerá eterno en mi mente. Lo moldeo a mi antojo y cuanto más trabajo en él, más me enamoro.  De las personas, que cambian, que evolucionan, que no permanecen nunca fijas… de las personas me cuesta mucho enamorarme. Tanto que la mayor parte de las veces me canso de esperar a saber si será amor o solo amistad; y si me llego a enamorar, me desilusiono fácilmente porque he dibujado a esa persona en un cuadro perfecto y le he escrito una historia alrededor. Por eso cuando llega la realidad y nada es como yo lo había descrito de antemano, lo que veo ante mis ojos no me gusta tanto como lo que ya había visto con mi alma antes.
Me gusta dormir contigo porque te pinto y describo a mi antojo, porque eres mi fantasía, mi historia perfecta, mi cuento infinito para dormir. Aunque sé que a la mañana siguiente, voy a tener tu recuerdo en la cabeza, haciéndome preguntas que no quiero responder, no porque no quiera admitir que no sé enamorarme, sino porque quizá no quiera admitir que en realidad no lo he hecho nunca.


La línea que separa lo real de lo imaginario es un hilo muy fino que jamás se puede romper.  


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