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viernes, 1 de abril de 2016

A tiempo

Cuando miras hacia delante y apenas puedes ver nada, todas las luces están apagadas, todas las señales han desaparecido y todas las personas han dado media vuelta y se han ido, lo fácil es rendirse, abandonar el camino, girar en la dirección opuesta y volver  a la zona de confort. Y está bien hacerlo, es lo más seguro. Pero hay momentos en la vida que necesitamos un poco de temeridad, continuar por ese camino sin asfaltar, tomar las curvas más difíciles y llegar a un nuevo punto. Descubrir qué hay allí, qué bueno o malo es lo que este nuevo sitio nos ofrece, barajar las opciones y entonces sí, decidir dar media vuelta o quedarse a disfrutarlo.
A veces por miedo nos perdemos grandes cosas, que no tienen por qué provenir de grandes momentos o personas, de hecho los recuerdos que a la larga se hacen grandes, muchas veces provienen de las cosas más pequeñas. De una semilla plantada y engendrada con mucho mimo que tarda en crecer surgieron árboles enteros que habitan los bosques. En la vida, hay que tener mucha paciencia, para lo malo, pero también para lo bueno. Una buena comida, es mejor cocinarla a fuego lento, como un gran amor.
Estamos cansados de ver películas románticas en la que el protagonista guapo, se enamora de la protagonista guapa en cuanto se ven. Ambos son perfectos, y su relación, perfecta también, prospera en seguida. Pues bien señores, eso es ficción, pura pantomima. La vida no hay que vivirla demasiado rápido, sino vivirla a su tiempo. Las relaciones ni demasiado crudas, ni demasiado hechas, en su punto. Porque como se suele decir, quemar etapas demasiado rápido puede llevarte muy pronto a la casilla de salida de nuevo sin haber disfrutado lo suficiente, y hay trenes que se pueden escapar por ir demasiado rápido. Hay pequeños placeres que se nos pueden escapar, como un baño al anochecer en un domingo de invierno, un paseo junto a la playa de tu ciudad, un helado de la heladería de la esquina o una puesta de sol que te haga recordar a alguien que a quien echas de menos y deberías llamar (hazlo, siempre que dudes, hazlo, es mejor saber la respuesta que quedarse con esa incógnita para siempre). Los pequeños momentos a velocidades muy altas, pasan desapercibidos. Y en cuanto al tiempo se refiere, no existe la marcha atrás.
Pero por ir demasiado rápido, no pises a fondo el freno de repente, los frenazos nunca son buenos, y los cambios drásticos nos afectan también. Tampoco debes ir a un ritmo demasiado lento. Puede que caigas en la monotonía y el aburrimiento. Que te duermas en el trayecto y no aprecies los cambios o no sepas actuar ante ellos. Puedo que te hayas acostumbrado tanto a todo que cambiar de rumbo, girar o salirte de la vía suponga un gran problema y al final, por la duda, se te pase la salida. No, no, amigo. Demasiado despacio tampoco debes vivir.
 Acuérdate siempre, en su punto. Ni muy hecho, ni crudo. Ni muy rápido, ni demasiado lento. Como decían aquellos sabios griegos, la virtud en el punto medio. ¡Y cuánta razón tenían! Así puedes disfrutar del paisaje, conocer lugares nuevos, desviarte del rumbo, tomar atajos, coger cualquier tren, recordar a las personas, bañarte todas las semanas y salir a bailar después. Pero sobre todo, puedes enamorarte a gusto. Sin cansarte demasiado rápido, sin aburrirte nunca. Dejar que surja, como una semilla que los dos habéis plantado. Dejad que crezca, cuidad de ella siempre, porque aunque cuando empiezan a salir los primeros tallos tememos que algo malo le pase, después de unos años, aunque su tallo sea más robusto, debemos cuidarla igual. Cada día, a su ritmo, pero mimándola siempre, por muchos años que pasen.

Al fin y al cabo, la vida no es una carrera, sino un viaje en el que lo importante, es el trayecto. 


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